Castas militantes
La propaganda política moderna nació con Lenin, Trotsky, Mussolini y Hitler, quienes establecieron conceptos y reglas básicas hoy vigentes. Mientras Mussolini decía que “el hombre moderno está asombrosamente dispuesto a creer”, Hitler observó que las reacciones de masas son determinadas más por la emoción que por la reflexión, por lo que el verbalismo debía ser acompañado de actos monumentales, recurso que en cuanto a imagen, ya se practicaba en la antigüedad. Lo señalado servirá para interpretar lo sucedido en el acto por la militancia del miércoles 17 de noviembre, en el que se aplicaron reglas de propaganda clásica para distorsionar la realidad y enmascarar intenciones.
El militantismo, término de raíz latina invocado para convocar al acto, remite a la formación de milicias, lo que supone formación y espíritu de cuerpo en sus integrantes. En la actualidad define a una persona o grupo de personas que comparten ideas dentro de una organización con conducción activa. Para entender el desarrollo del acto se deben interrelacionar los siguientes conceptos: organización (gobierno); contexto (resultado eleccionario); escenificación (convocatoria multitudinaria), y mensaje (discurso presidencial).
Para la organización y escenificación se utilizó la regla propagandística de “unanimidad y contagio”, basada en que la presión de un grupo predomina por sobre la opinión individual, principio que explica actos multitudinarios que generan estados de exaltación contagiosos y sin disonancias. La escenificación aportó a este objetivo, con un palco monumental como soporte de un único orador solitario para realzar su poder, y en el llano, ciento de miles de entusiastas militantes. Para el contexto eleccionario se empleó la regla llamada de “desfiguración”, basada en el uso de datos o citas desvinculadas de la realidad, y “orquestación”, consistente en la repetición constante de un mensaje por diversos actores. La “desfiguración” la aplicó el presidente cuando al cierre de la votación llamó a una convocatoria militante en Plaza de Mayo “para festejar el triunfo electoral”; tras lo cual diversos funcionarios iniciaron la “orquestación”, hablando de “empates técnicos” y “triunfo en la derrota”. Conocer estas estrategias usadas inclusive para explicar una elección cuyos resultados se definen de modo matemático por cantidad de votos obtenidos, servirá para analizar cómo se presentarán próximamente ante la sociedad las consecuencias económico-sociales de las próximas decisiones políticas, con o sin acuerdos.
La primera disonancia se observó cuando los militantes, que como tales debieran tener “espíritu de cuerpo”, fueron organizados y conducidos en tres sectores independientes claramente identificados: gremialistas e intendentes, organizaciones sociales y el sector político La Cámpora, lo que hace suponer que los reales militantes eran las dirigencias políticas, gremiales y de organizaciones sociales, interesadas en mantener o acrecentar espacios de poder relacionados con el manejo de recursos públicos. La multitud solo cumplía un rol escenográfico de supuesta adhesión.
Finalmente se arriba al objetivo final planificado: el mensaje del líder; en este caso el presidente Fernández. Su línea argumental confirmó que el acto estaba destinado a la militancia política rentada, y no a las necesidades sociales en general y de los miles de concurrentes en particular, a quienes solo les dedicó renovadas promesas de una indefinida mejora futura, y la de no negociar acuerdos a costa “del hambre de los argentinos”, omitiendo que el 42% de pobres son consecuencia de las mismas castas y corporaciones gobernando desde hace décadas. Ya instalado en la interna política, expresó su objetivo de triunfar en la elección presidencial del 2023, y comprometió elecciones internas para elegir candidatos, pese a que en el 2019 ningún gobernador, intendente, gremialista y político objetara que Fernández fuera elegido como candidato presidencial a través de un tweet de Cristina Kirchner.
Al mencionar el ya fantasmal acuerdo político, echó mano a la regla de propaganda política llamada de “simplificación y enemigo único”, consistente en concentrar odios en una sola persona, pues es más fácil rivalizar con personas visibles y conocidas, que con ideas o partidos. Cuando se convence a la masa que el verdadero enemigo no es una oposición genérica sino el jefe de esa oposición, se mata dos pájaros de un tiro: degradar al jefe, e intentar captar algunos opositores engañados por el mal conductor. Ello explica que aunque no sea funcionario o candidato, Fernández mencionara una vez más a Macri, excluyéndolo de cualquier diálogo, para “que se quede haciendo negocios con sus amigos”. A esta última regla deberá prestársele atención en el corto plazo, con un interrogante: será usada internamente contra Cristina Kirchner? Y será Fernández el mascarón de proa? Las castas políticas suelen sacrificar pastores para que el rebaño, siempre inocente, continúe sobreviviendo.
Buenos Aires, 24 de noviembre 2021