Política genealógica

La indisoluble relación entre sistemas de gobierno y nivel de sus representantes políticos, presenta en origen una disyuntiva: si los gobernantes respetarán el sistema, o buscarán amoldarlo a sus intereses particulares. Esta última opción genera castas políticas con tendencias totalitarias, que exacerban las luchas por alcanzar el poder político, que debe sostenerse con costosas estructuras burocráticas que se financian con altos tributos que pagarán los gobernados.  

Interpretar nuestra realidad política implica clarificar esta relación entre sistema y representación; de ser imperfecta, permite que coexistan vertientes totalitarias con democráticas. La calidad de un sistema de gobierno no la define su denominación, ni votar supone democracia. Gobernar buscando concentrar el poder puede lograrse bajo un líder (dictador), o colectivamente (partido único). El gobierno venezolano de Maduro no es más democrático que la monarquía constitucional de Inglaterra. El sistema institucional capitalista de EE: UU no es antidemocrático. El de Argentina no tiene la misma calidad que el de Uruguay y Chile. Bajo cualquier régimen, sea en EE.UU., Venezuela, Francia, Rusia, China o Argentina, es el Estado quien tiene el poder excluyente de fijar políticas, legislar, ejecutar y juzgar. De perder esta capacidad se ingresa en la anarquía. Por lo que carece de relevancia debatir en abstracto si se quiere más o menos Estado. Identificar los vicios que expliquen nuestra decadencia de décadas, requiere centrarse en la baja calidad de nuestro sistema institucional y de representación, cuyos beneficiarios invocan adhesiones o simbologías históricas como peronismo y radicalismo, encubriendo una realidad que nos aproxima al totalitarismo: la existencia de castas políticas perennes y oportunistas, sin ideologías coherentes ni intereses nacionales comunes.

En la recuperación de la democracia en 1983, dos partidos tradicionales y consolidados como el PJ y la UCR alcanzaron casi el 92% total de los votos.  En 1989 ambos partidos sumaron casi el 80 %. Tras el Pacto Menem-Alfonsín que derivara en una reforma constitucional de pobres resultados, y un crecimiento desmesurado de las estructuras burocráticas, en 1995 se reeligió a Menem. El radicalismo, con el 17% de los votos perdió su identidad, que nunca recuperó. Lo mismo le sucedió al PJ en 1999, al caer derrotado ante una alianza conformada por radicales y peronistas disidentes. La desaparición del clásico bipartidismo se efectivizó en la crisis 2001-2002, a partir de la cual las pujas electorales se dirimen entre frentes polifacéticos y fluctuantes, plagados de oportunismos y acuerdos que fueron degradando el sistema institucional a través de legislaciones altamente restrictivas del derecho del pueblo a elegir a sus representantes, como listas sábanas, reelecciones indefinidas, ley de lemas, autoprotección en causas penales, digitación del acceso a cargos públicos, etc. Consolidando de este modo a una dirigencia que semeja a árboles genealógicos familiares (nepotismos), y políticos (travestismos). Los “consensos” sin identidades definidas abundan: De la Rúa-Alvarez (1999); Rodríguez Saá-Posse (2003); Cristina Kirchner-Cobos y Lavagna-Morales (2007); Ricardo Alfonsín con De Narváez en su lista (2011); Macri-Pichetto y Fernández-Massa asociados a la por ellos denostada Cristina Kirchner (2019). Los “disensos” se manifiestan en peleas entre lenguaraces y charlatanes de feria, como llamara el Chino Navarro a Berni, para definir quién es más inútil, más corrupto o si usurpar propiedades públicas y privadas es un delito. Esta consolidación de genealogías políticas promotoras de legislaciones que las sostienen y protegen, explica que las prioridades en plena pandemia y pobreza, pasen por complejas reformas judiciales en el fuero penal, que desarmen y/o afecten causas de corrupción que involucran a funcionarios del ejecutivo, del legislativo y privados asociados, todos ellos succionadores de recursos públicos.

Esta estructura institucional débil y plagada de cínicos que pueden negar lo afirmado en el pasado o modificar a futuro lo que dicen en el presente, opera nocivamente en el proceso de gobernar, y destructivamente en los gobernados. Maquiavelo describió a estos personajes con precisión, cuando se refirió a las tropas mercenarias: “Son inútiles y peligrosas; y el príncipe que descanse en soldados mercenarios no estará nunca seguro ni tranquilo, porque están desunidos, porque son ambiciosos, desleales, valientes entre los amigos, pero cobardes cuando se encuentran frente a los enemigos…”  

Buenos Aires, 09 de septiembre 2020