Batalla cultural cínica
El reciente e híbrido acuerdo con el Fondo Monetario Internacional pareciera actuar como desencadenante de dialécticas oscurantistas y cínicas disfrazadas de “batallas culturales”, en las que compiten el gobierno como emisor, y una oposición que no quiere o no sabe desarmar falacias. Como una vez más el rol esclarecedor lo deberá asumir la sociedad por sí misma, vale recordar principios básicos de la propaganda política. Que por haber nacido en fuertes autocracias, no es casual que para manipular y/o desinformar, se asocie lo cultural con “batalla”, situación en la que no se debate ni se esclarece, sino se impone y desinforma.
Los máximos exponentes de la propaganda política moderna son Lenin (bolcheviquismo) y Goebbels (nazismo), lo que ratifica que no hay grietas entre derechas e izquierdas cuando se trata de manipular a la opinión pública. Lenin transmitía sus ideas en forma muy simple, aclarando “que no es en los libros donde el obrero podrá entender los mensajes, sino en las manifestaciones vivaces y denuncias candentes”. Buscaba sensibilizar a las masas a través de la agitación y educación direccionada y unívoca, y los fracasos o acontecimientos nocivos para el gobierno eran adjudicados a la acción de “clases dominantes opresoras”. Goebbels, años más tarde y con un creciente desarrollo de las comunicaciones, basó sus discursos en distorsionar la realidad para encubrir sus objetivos, incorporó la psicología para canalizar las emociones humanas, y estableció reglas propagandísticas básicas hoy vigentes. Tres de ellas son de aplicación habitual en nuestra política: 1) Simplificación y enemigo único (ejemplo, centrar críticas en Menem, Cristina o Macri); 2) Orquestación (repetición de un mismo tema por diversos voceros y órganos de propaganda. Ejemplos: “lawfare”, preso político, buitres); 3) Unanimidad y contagio (logrado a través de grandes manifestaciones, con predominio emocional del grupo por sobre el individuo). En lo discursivo, los líderes pretenden conducir esa unanimidad amorfa manifestando encarnar las necesidades y sentir de “la gente”. Como se observa, nada nuevo en nuestra actualidad respecto a la propaganda política clásica.
A lo expresado, se agregan matices vernáculos a considerar. Dado que la efectividad de la propaganda se potencia con voces y mensajes únicos, y ante la imposibilidad de lograrlo en nuestro sistema democrático, el gobierno aplica una obsesiva degradación de los medios disidentes tildándolos de “medios de opinión monopólicos”, caracterización que no incluye a los financiados por el propio poder, y ensaya artilugios como el de protegernos de odios e intoxicaciones provenientes de la libre opinión. Otro factor a tener en cuenta es que cualquier propaganda para sostenerse en el tiempo tiene que asentarse en personas y conceptos creíbles, requisito que la mediocridad de nuestra clase política no cumple y explica la precariedad comunicacional. Para fusionar imagen, espectáculo y discurso, se instalan monumentales escenarios en los que se ubican dirigentes, mientras en el llano la pretendida unanimidad se fracciona en grupos diversos identificados con banderas y coloridas pecheras, conducidos por segundas líneas insertas en las tramas de poder, todos ellos succionadores de recursos públicos. La escenografía la completa discursos elementales con un limitado bagaje de palabras, que incluso ignoran los motivos de las convocatorias (17 de octubre, 24 de marzo), para concentrarse exclusivamente en sus intereses particulares. En las redes sociales y otros medios de comunicación, políticos, sindicalistas, jueces, militantes, procesados y condenados, todos ellos relacionados con recursos estatales y responsables de la decadencia, intercambian acusaciones y agravios.
Como contrapartida, es oportuno destacar dos interesantes casos de aplicación de las reglas de simplificación y contagio, por sus repercusiones en todo el espectro social. Cuando Milei habla de “castas políticas”, resume en un eslogan (palabra o frase breve popularmente entendible), los privilegios, caudillismos y nepotismos que caracterizan a gran parte de la clase política. Cuando Pichetto introduce el concepto “pobrismo” en lugar del más híbrido clientelismo (que existe también en los ricos), marca la diferencia entre un modo de hacer política (punteros y clientelismo), con las consecuencias estructurales de dicha política: el pobrismo. En ambos ejemplos, menos es más: términos claros, veraces, rotundos y comprensibles. El nivel de veracidad lo juzga cada ciudadano. Mientras tanto, el debate del momento incursionó en el campo de los misticismos, intervenciones diabólicas y creaciones mentales, centrado en algo en lo que paradójicamente nadie cree que se cumplirá: el acuerdo con el FMI.
Buenos Aires, 30 de marzo 2022