Tercer triunvirato

A más de 200 años de que el poder ejecutivo lo ejercieran dos triunviratos, el primero en 1811 y el segundo en 1812, imprevistamente surgió en nuestro país el tercero, integrado por Alberto Fernández, Cristina Kirchner y José Manzur. En esta curiosidad histórica, se destacan las similitudes entre los contextos políticos de entonces y el actual: conflictos en el seno del poder, caudillismos provinciales, visiones de futuro distintas, pujas económicas, y triunviros que tenían divergencias entre ellos, con escasa operatividad y corta duración en sus cargos, por lo que este tipo de conducción se abandonó. Retomada recientemente, sus expectativas de sobrevivencia llegan hasta el 14 de noviembre, pues el lunes 15, sea cual fuere el resultado, la historia será otra.

Tamaña crisis la provocó el instrumento más idóneo para que los ciudadanos se expresen, aún en un país con un historial de “fraudes patrióticos” y un sistema electoral amañado: el voto simultáneo, secreto y obligatorio. Si bien los votos ni siquiera consagraron legisladores, despertaron el temor a perder mayorías legislativas que aseguren a las castas mantener poder e impunidad. El resultado sorprendió no solo por su extensión territorial, sino por incluir a franjas sociales empobrecidas humillantemente identificadas como “votos cautivos”, como si tal condición no incluyera a políticos enriquecidos y empresarios con prebendas. Frente a esta confluencia popular activa, se produjo una confluencia política reactiva para recuperar votos fugados “del redil”, según léxico de caudillos. El primer paso consistió en la resurrección histórica del triunvirato, cuyo accionar se concentrará hasta el 14 de noviembre. En este breve plazo se podrá visualizar con claridad y en modo simultáneo las tres patas del trípode que caracterizan a nuestras rancias castas políticas: conservadoras en el ejercicio del poder, líquidas en lo ideológico y cínicas en lo discursivo.

La pata de prácticas conservadoras se desplegó con la designación del gobernador tucumano Juan Manzur como cabeza del triunvirato, con apoyo testimonial de reconocidos caudillejos provinciales, para apelar a estrategias igualmente añejas: comprar voluntades con platita en el bolsillo, garrafas, zapatillas, en lugar de asegurar educación, salud y seguridad. Al trasladarse este esquema al centro de poder “porteño”, se desplegó la siguiente pata: la liquidez ideológica. Se designaron ministros identificados con tradicionales derechas, sin que ello provocara las renuncias o quejas de quienes dicen pertenecer a autoproclamadas izquierdas, sean de funcionarios como Gómez Alcorta y Donda, entre otros, o representantes de entidades financiadas con recursos públicos, que seguirán lucrando bajo un barniz progresista basado en declamar derechos humanos, igualdad de género, lucha contra la discriminación y lenguaje inclusivo, beneficios que jamás llegarán a las franjas sociales más desprotegidas, y no interesan a los tradicionales caudillismos. Tales oportunismos demuestran a quienes desde hace décadas claman por consensos políticos, que canjeando cargos públicos y otros privilegios es posible alcanzarlos, y más aún, lograr que derechas e izquierdas compartan gobierno sin “grietas”.

La tercera pata del trípode sostiene a los cinismos discursivos, y es la más habitualmente desplegada, especialmente en procesos electorales. Se destacan dos frases emblemáticas: “no supimos escuchar a la gente”, y libretita en mano, “queremos conocer sus necesidades y opiniones”. Son pronunciadas por quienes ocupan cargos políticos de relevancia desde hace décadas, por lo que cuentan con todos los instrumentos institucionales, legales, operativos y estadísticos que les permite tener un preciso cuadro de situación del país que gobiernan. Una inédita pandemia le sumó cinismo operativo, consistente en eliminar de forma súbita todas las prolongadas restricciones que provocaran serios daños económicos y sociales, convirtiendo en una abstracción al término “aforo”, que en el apuro no se especificó quién y cómo se controla. Como novedad, los legisladores aceptaron trabajar en forma presencial, en este caso con aforo fácilmente verificable.

Parafraseando una conocida frase de Borges, se diría que nuestras viejas castas políticas son incorregibles.

Buenos Aires, 06 de octubre 2021