Crucigramas políticos

Un crucigrama es un pasatiempo que consiste en escribir en una plantilla una serie de palabras en orden vertical y horizontal conectadas entre sí, hasta completar todos los casilleros con palabras reconocibles, de acuerdo a un diseño predeterminado. Comenzar a practicarlos será útil, no solo para ordenar y analizar el aluvión de interpretaciones políticas que generaron las recientes elecciones partidarias internas, que el “fabricado en Argentina” transformó en externas y obligatorias aún sin candidatos, sino también intentar resolver los futuros crucigramas que los políticos propondrán hasta el 27 de octubre próximo, y desde esa fecha en adelante.

Para ello se utilizará la metáfora de los crucigramas utilizándolos como ordenador analítico, partiendo de una palabra/concepto clave, que deberá  interrelacionarse con otras relacionadas con el tema. Este ejercicio comenzará con la palabra “comunicación”, por dos razones: 1) es el instrumento que conecta los mensajes con los ciudadanos; 2) permite explicar las reglas básicas del juego. La comunicación  se compone de emisores y receptores, interconectados a través de medios adecuados (escritos, orales, visuales). Cuando es política, su fin no es el de entretener, sino el de intentar influenciar sobre la opinión pública, por lo que los emisores no opinan y/o actúan casual o asépticamente, sino que pretenden convencer, intentando que el usuario pasivo (el ciudadano), no confronte con otras alternativas. Por ello las palabras no se deberán combinar aleatoriamente, sino desentrañar su lógica, intencionalidad y verosimilitud, para recién entonces sí, maniobrar según informaciones y convicciones propias. Se hace esta prevención dado que las palabras/conceptos provendrán de perennes dirigentes políticos, muchos de los cuales con cargo público bajo el brazo cambian de bando y opinión cada dos años, por lo que resolver los crucigramas no será fácil. Esta supuesta complejidad inicial no debiera quitarle al juego el carácter de popular, bajo el prejuicio que los pobres votan con el estómago y son condescendientes con la corrupción. Los problemas en un país surgen cuando los ricos votan con el bolsillo y aceptan y/o promueven la corrupción.

Las palabras clave a utilizarse evitarán abstracciones o grandilocuencias para usarlas como fáciles comodines, tales como Gobierno, Justicia, Periodismo, Iglesia. En su lugar, se emplearán nombres concretos de gobernantes, jueces, periodistas, clérigos. La estrategia de centrarse en lo general para evitar ahondar en lo particular y verificable, aterra a la clase política. Tampoco se dará por sentado el significado de palabras fetiches que encantan a los políticos desde lo discursivo, pero no en los hechos, tales como Patria, República, Juntos, Unidos, Todos, Justicia, Renovación. Del mismo modo, no se desecharán palabras prejuzgando si su emisor es honesto o deshonesto, republicano o populista, bien o mal intencionado, pues nos llevaría a conclusiones prejuiciosas, excluyentes y unívocas, lo que convertiría al crucigrama en un juego mecánico en lugar de analítico.   

El acelerado desarrollo tecnológico de los sistemas comunicacionales no invalida la vigencia de principios básicos. El emisor, sea directo (el político) o intermediario (el comunicador), puede actuar como informante (descripción de hechos); opinante (interpretación de hechos), o portavoz rentado (propaganda direccionada). En un marco de libertad de opinión, en un mismo plano deberán confrontar racionalidad y emoción, veracidad y engaño, investigación y encubrimiento, honestidad y delincuencia, convicciones y oportunismos. Aún a los delincuentes no se les pueden negar el derecho a clamar por su inocencia, pues el veredicto final debieran darlo las instituciones estatales específicas, previo un control de calidad: que las mismas no contengan a su vez delincuentes. Es esta diversidad la que hace más atractivo el juego, pues nos permite ejercicios comparativos para detectar inconsistencias.

Tras esta presentación, el primer crucigrama a publicarse la próxima semana se referirá a la situación política vigente tras las recientes elecciones llamadas Primarias Abiertas. La palabra clave será “encuestas”, que abre un campo fértil para efectuar múltiples combinaciones entre otras palabras que posibilite arribar a una conclusión plausible para resolver el crucigrama.  

Buenos Aires, 21 de agosto de 2019

Candidatos comunes

Repetidos políticos, repetidas estrategias electorales y repetidos mensajes discursivos, generan un desafío publicitario de campaña difícil de resolver: prometer ser y hacer, negando lo que se ha sido y se hizo, a lo que se agrega explicar con quienes se está ahora, habiéndolos rechazado y despreciado hasta hace poco. Tras las absurdas primarias argentinas, es oportuno hurgar en este dilema discursivo con vista a las próximas elecciones que determinarán futuras políticas con independencia de quien triunfe, a fin de no absorber los mensajes pasivamente, y detectar falacias o inconsistencias utilizadas para captar votos usufructuando angustias sociales, como sucediera con el recordado “dólar recontra alto” anunciado por Di Tella previo a las elecciones de 1989, en plena hiperinflación de Alfonsín.

Un ejemplo adecuado para el análisis es el mensaje televisivo del candidato Alberto Fernández, comentando que es un hombre común, profesor universitario y poseedor de un perro. El mensaje vale no solo por su planificada sencillez, sino por representar una estrategia utilizada por muchos de quienes han hecho de la política no un servicio circunstancial, sino una permanente forma de vida privilegiada. El término “privilegio”, de por sí, pareciera ser contradictorio con la pretensión de ser alguien común. Aplicado a personas, el término “común” identifica aspectos pertenecientes a grupos mayoritarios de una comunidad, sin segmentar en condiciones económicas, ideológicas o sociales. Cuando se adquiere una trascendencia y/o influencia en círculos de poder que repercuten en las condiciones de vida de esos grupos mayoritarios de manera continua en el tiempo, con consecuencias políticas que dejan de ser sectoriales para transformarse en generales, el responsable pierde la condición de común. Desde esta perspectiva, la comunicación de los candidatos debiera sustentarse en afirmaciones más trascendentes, como “tengo  capacidad de conducción y estructura de apoyo necesaria; seré honesto en el cuidado de los recursos estatales y combatiré la corrupción; puedo exhibir mis antecedentes”. Quizás no casualmente, en la búsqueda de empatía con los ciudadanos, los asesores de imagen eluden este mensaje, reemplazándolo por la edulcorada condición de ser alguien común.

La situación  se agrava cuando la condición de “común” se extiende al campo del pensamiento y lo discursivo, en cuyo caso el término puede ser traducido como ordinario, vulgar, generando debates superficiales, como que por culpa del gobierno creció el consumo de productos de segundas marcas tipo “Pindonga” y “Cuchuflito” (fabricadas en general por las alabadas pymes), en lugar de primeras marcas más costosas. Como contrapartida, en Córdoba un conocido productor de fiambres le comentó al presidente que tiene registrada sin usar desde el año 2000, la marca “Pirulo”. La superficialidad “común” deja  de ser divertida, cuando un candidato anuncia que recortará los intereses de los títulos de crédito emitidos por el Banco Central que pueden ser adquiridos solo por los Bancos, llamados Leliq (en el 2002 llamados Lebac), con la pretensión de provocar una corrida hacia el dólar, tal como lograra Di Tella en 1989. Con el agravante de prometer que el supuesto ahorro de intereses se destinaría a proveer remedios gratuitos a los jubilados, sin más detalles. Para equilibrar las críticas, recordemos la promesa del actual gobierno de sacar los impuestos a la exportación o bajar la pobreza.

Es verdad que en una campaña electoral los temas y mensajes son necesariamente acotados y dirigidos a lo emocional. Es ridículo pretender debatir en campaña temas trascendentes entre los mismos políticos y legisladores oficialistas y opositores que desde hace años no supieron acordar políticas desde sus cargos. Pero es esta restricción discursiva de campaña la que precisamente obliga a revalorizar cada mensaje: que sean pocos pero consistentes. En el marco de la hojarasca discursiva irrelevante, tendenciosa o falaz, claridad es poder.

Mucho se habla de los costos electorales abusivos, y las nuevas y sofisticadas técnicas de comunicación vía redes sociales. Pero pareciera obviarse que la mentalidad de muchos de nuestros políticos “comunes” quedó estancada en el tiempo. Posiblemente, porque quienes ejercen desde hace décadas la privilegiada y anhelada actividad política casi de modo hereditario, jamás sufrieron los efectos económicos destructivos que supieron provocar.

Buenos Aires, 14 de agosto de 2019

Persecución o salvataje?

Los delitos económicos contra el Estado son encabezados por altos funcionarios públicos, los que deben ser a su vez controlados y sancionados por otros funcionarios públicos. El botín son recursos estatales llamados demagógicamente “dinero de todos”, pero de nadie en particular, lo que facilita su sustracción si los eslabones de la trama delictiva están adecuadamente interrelacionados. Cuando la corrupción estatal es sistemática y permanente en lugar de circunstancial y aislada, el país afectado afronta una cleptocracia, como se denomina a la que es ejercida desde altos niveles institucionales.

Estas sólidas tramas suelen alterarse vía revoluciones en dictaduras o autocracias, o alternancias de gobierno en democracias, en especial cuando el reemplazado ejerció el poder durante largo tiempo. Si bien no son instantáneas, las transformaciones conmocionan a los eslabones corruptos, que ven afectadas sus lubricadas logísticas e impunidades consolidadas. Ello genera fuertes reacciones defensivas inicialmente subterráneas, hasta que la acumulación de información pública y avances judiciales, obliga a batallar en el campo de la opinión pública, partiendo de una regla básica de la propaganda política: la contrapropaganda o desinformación. Consiste en destruir o licuar los hechos que involucran a los acusados, apelando al mito, la mentira y el hecho, aplicados de modo intenso, unificado, simultáneo y multisectorial. La estrategia inicial más conocida y trillada es la invocación de “persecución política” por parte de los funcionarios de gobierno acusados. Psicológicamente, jamás se argumentará “soy inocente o las pruebas son falsas” (defensa individual), sino utilizarán estrategias corales del estilo “las causas judiciales están armadas” (descrédito grupal). Este combate dialéctico que no ahorra desprestigios cruzados en busca de impunidad, es de manual a nivel internacional (leer “La propaganda política”, Jean Marie Domenach, París, 1950).

Un aspecto doméstico a develar, es porqué esta lucha entre información y desinformación se instaló fuertemente en medio de un contexto preelectoral, cuando es sabido que la corrupción es un tema de debate político temido y evitado, más aún con muchos candidatos implicados. Pese a lo cual, las declaraciones rimbombantes se suceden ininterrumpidamente.  El presidente de la Corte bonaerense Eduardo De Lázzari, sin aportar pruebas, denuncia el armado de causas judiciales; el candidato presidencial Alberto Fernández amenaza públicamente a jueces que avanzan con las causas de corrupción; el combativo dirigente gremial judicial Piumatto guarda silencio; el intendente Durañona exije militancia en los integrantes de la Corte Suprema; el escritor Giardinelli propone una Conadep para periodistas; el actor Dady Brieva anuncia acciones punitivas. El desenfreno declarativo lo iniciaron el ex juez Zaffaroni y ex presidente Duhalde, sugiriendo recursos absolutorios no judiciales, como amnistías (perdonar el delito), o indultos (perdonar la pena). El objetivo de estas alternativas, ya usadas en nuestro país, es claramente enunciado por el escritor y periodista estadounidense Ambrose Bierce, fallecido en 1913, cuando con su visión irónica de la naturaleza humana, afirmaba que “los indultos se otorgan a quienes resulta difícil condenar”.

La diversidad sectorial de las opiniones no es casual; la contrapropaganda exige trasladar simultáneamente mensajes unívocos a diversos ámbitos sociales. Las opiniones de Zaffaroni, Alberto Fernández o Dady Brieva, tienen los mismos objetivos. El interrogante respecto a la razón de formular en plena campaña electoral expresiones políticas supuestamente perjudiciales para quienes pretenden gobernar, puede tener una respuesta plausible: la urgencia, surgida ante el avance de las causas de corrupción e inicio de los juicios orales y públicos en tiempos inéditamente razonables, que trastocó las clásicas maniobras de encubrimiento, basadas en frenar expedientes y recursos dilatorios de las defensas. El aporte más explícito en favor de esta hipótesis lo brindó la propia Corte Suprema de la Nación, cuando el 14 de mayo pasado, a siete días del comienzo del juicio oral en la causa por corrupción en la adjudicación y control de obras viales en Santa Cruz, solicitó al Tribunal Oral 2 el envío de las actuaciones contenidas en 59 cuerpos. Una incipiente reacción social y judicial, abortó la maniobra.

Un aspecto positivo de esta etapa ineludiblemente conflictiva, es que los habituales encubridores están forzados a actuar y opinar a cara descubierta. Y los ciudadanos por su parte, podrán constatar culpabilidades e inocencias a través de juicios orales y públicos.  

Buenos Aires, 24 de julio de 2019

Próxima newsletter: 14 de agosto de 2019

Gritos y silencios

Conceptos tan opuestos como gritos y silencios, reseñan las metodologías negociadoras que ante la opinión pública, aplican quienes asumen la responsabilidad de representar los intereses de asalariados y empresarios, complementados con el Estado en su rol institucional. Si bien se suponen divergentes (pujas salariales y otros beneficios), en nuestro país se repite una situación peculiar, consistente en lograr fáciles consensos cuando los supuestos beneficios recaen en el presupuesto público, llamado demagógicamente “dinero de todos”. Lo que explicaría parcialmente nuestra insostenible degradación económica, estimada en 74 años si tomamos como referencia el fin de la Segunda Guerra Mundial, o de 36 si se parte de la recuperación de la democracia en 1983.

Facilita este fenómeno las continuidades de las representaciones sectoriales, que no son solo políticas, sino también gremiales y empresariales, que en muchos casos en lugar de acordar mejoras salariales y laborales virtuosas, se aúnan para lograr y/o mantener prebendas y privilegios, y peor aún, conformar complicidades en el campo de la corrupción estatal-privada. Profundizar este diagnóstico implica enfocar los casos de corrupción no solo desde el punto de vista delictual, obviamente más impactante, sino por su millonaria incidencia en perjuicio de la economía, incorporada al llamado genéricamente déficit fiscal, y pérdida de fuentes laborales en el mediano plazo. Corregir este vicio no significa “echar gente que trabaja”, como intencionadamente pregonan los beneficiarios de los negociados.

Detectar este tipo de asociaciones desde hace varias décadas no es una insustancialidad cronológica. Por Internet pueden ubicarse los antecedentes de promociones industriales que vencidos sus plazos de beneficios estatales, dejaron cáscaras vacías con serios problemas habitacionales y laborales en donde se asentaron; la desaparición del Banco Nacional de Desarrollo, con créditos a empresarios irrecuperables; la crisis bancarias del 2001-2002 concentradas en los bancos Nación y Provincia, plagados de créditos empresariales-políticos irrecuperables. Transportados a tiempos más cercanos, se pueden citar los casos del Grupo Indalo de Cristóbal López; del grupo de medios Spolzki-Garfunkel; la Cooperativa lechera Sancor (gremialista Ponce); el Grupo Plaza (empresarios del transporte Cirigliano); la avícola Cresta Roja (empresario Rasic); Correo OCA (empresario Farcuh y gremialista Moyano); Remolcadores portuarios (sindicalista Suárez); Privatización de YPF (empresario Esquenazi vendiendo sus acciones a fondos buitres americanos para luego quebrar).

Los escasos ejemplos citados, tuvieron como denominador común que contaron con la complacencia activa o pasiva (el efecto final es el mismo), del trípode objeto de esta reflexión: empresarios, sindicalistas y funcionarios políticos. Profundizar sobre esta práctica ruinosa implica evadir la trampa de falsos debates ideológicos, o discusiones anacrónicas como estatismo o privatismo, empresario explotador y trabajador explotado. Nuestros antecedentes verifican que en la corrupción estatal-privada, la confluencia de objetivos del trípode en modo corrupto, actúa con éxito en todas las alternativas.

El Estado tiene el monopolio para establecer el andamiaje legal, asegurar su cumplimiento, impartir justicia y proveer seguridad, por lo que la calidad de una Nación corresponde al Estado. El empresario por su parte, debe aportar capital de riesgo, creatividad productiva, honestidad comercializadora, y como contrapartida, pedir al Estado reglas jurídicas estables e infraestructura logística adecuada. Cumplidos estos requisitos, el Estado tiene los instrumentos necesarios para controlar monopolios o maximizaciones injustificadas de ganancias, y los sindicalistas las atribuciones para defender el interés real del trabajador. Ello sin necesidad de recurrir a ficciones como plantear desarrollos resultantes del “derrame” benevolente de ganancias empresarias, o que burócratas sin conocimientos acordes ni capital de riesgo, manejen empresas ajenas. Terminar con estas asociaciones fraudulentas entre funcionarios, sindicalistas y empresarios disfrazadas de conflictivas, permitirá que los fracasos de décadas pasadas no continúen acumulando años.

Buenos Aires, 17 de julio de 2019

Candidatos auxiliares

De la trilogía de vicios electorales y partidarios que explican la degradación de nuestro sistema político, que impide un desarrollo institucional y económico sostenido, oportunamente se analizaron dos: un sistema electoral oportunista y restrictivo del derecho de elegir, y abundancia de partidos políticos ficticios casi unipersonales. El tercer factor, causante de los dos vicios mencionados, es el perfil individual de nuestros políticos. Para analizarlo será útil remontarnos al gobierno de los príncipes en la Italia del siglo XVI, en un contexto de permanentes luchas entre los principados de Milán, Venezia, Florencia, Siena, Roma y Nápoles, que incluían al Vaticano como centro de poder político-religioso. Dicha época presenta aspectos comparables con nuestra actualidad.

En ese entonces el florentino Maquiavelo distinguía entre tres tipos de soldados para defender al príncipe: auxiliares, mixtos y propios. Las tropas auxiliares, que contaban con su propio jefe y Maquiavelo consideraba tan inútiles y peligrosas como las mercenarias, eran las que al estar bajo amenaza recurrían a un príncipe poderoso para que las protegieran. Una vez en batalla, abandonaban al príncipe si caía derrotado, o intentaban derrocarlo desaparecido el peligro. En una actualidad menos bélica, la metáfora pareciera adecuada para interpretar el deambular electoral de muchos políticos entre diversos partidos, que se ofrecen como “auxiliares” de un “príncipe”, para integrar sus listas de candidatos. Se deben destacar algunas diferencias entre el antecedente histórico y la actualidad. Si bien hoy tenemos un Papa argentino, el Vaticano sigue estando en Roma, por lo que su influencia es más lejana. Lo que no impide que surjan imitadores del fanático monje florentino Savonarola, reencarnados en estridentes voceros como Vera, Grabois y Valdez, que nada tienen que ver con la sutil diplomacia vaticana. Por otra parte, los principados en conflicto de entonces defendían con denuedo su identidad, mientras que nuestras réplicas políticas en pugna la modifican permanentemente, intercambiando reinos, príncipes y tropas: Propuesta Ciudadana, Cambiemos, Juntos por el Cambio, Frente para la Victoria, Unidad Ciudadana, Frente de Todos, y otros. La confusión genera situaciones insólitas, como que el “condottieri” Espert haya fundado el mini principado llamado Frente Despertar, pero paradójicamente se durmiera para lograr un ejército.

Esta diferencias de fondo entre los principados renacentistas y los vernáculos, facilitan comprender el perfil de nuestros políticos, basados en una aparente contradicción: pese a la volubilidad de nuestros “príncipes” y tropas auxiliares para mantener y defender sus principados, respetan celosamente el nepotismo familiar como costumbre monárquica característica, y exhiben una capacidad de permanencia asombrosa. Ante esta realidad, surge el desafío de identificar a quiénes cumplirían hoy el rol de “príncipes”, y quienes el de tropas “auxiliares”. Las condiciones de un príncipe, si además pretende ser conductor, no varían en esencia: personalidad, identidad definida, capacidad de liderazgo y espíritu de sobrevivencia, por estar rodeado de ambiciones y cinismos. Estos requisitos son aplicables tanto a personalidades y regímenes virtuosos o viciosos. No ejercieron de igual modo el poder los Medici en Florencia que los Sforza en Milán. Pero fueron líderes, y sus enemigos lo sabían. En nuestra actualidad, solo dos personas, disímiles además, podrían considerarse “príncipes”: Mauricio Macri y Cristina Kirchner. No son genuflexos, y ningún asesor de imagen podrá encubrir sus personalidades, sin caer casi en el ridículo. Lo que no deja de ser una virtud, pues ningún elector podrá aducir que fue engañado al votar. Además, ambos afrontarán similar desafío al de los antiguos príncipes; poseen tropas propias confiables, pero deberán lidiar con tropas “auxiliares” que reclamaron su protección, perdón u olvido, para usufructuar cargos.

Un ejemplo de jefe de tropas “auxiliares” es Sergio Massa. Intentó ser un nuevo “príncipe”, adjudicándose la aptitud de terminar con el sojuzgamiento o grieta ejercida por los dos poderosos príncipes mencionados, para lo cual creó su ejército Renovador. Su primer fracaso lo tuvo con sus propias tropas: uno a uno lo fueron abandonando para ofrecerse como auxiliares de los poderosos. Finalmente, el propio “condottieri” Massa, sin siquiera presentar batalla, se ofreció mansamente ante uno de sus proclamados enemigos, como tropa auxiliar. En tal condición, fue retratado en un cuadro de época mimetizado con la plana mayor de quienes prometió combatir para alcanzar el poder. 

Maquiavelo le recordaría que los “príncipes” (aún los modernos), no se autoproclaman. Deben ganarse respeto, estima, y de ser necesario, temor.

Buenos Aires, 10 de julio de 2019