Indecisos reversibles

El período que define a una generación oscila entre 20 y 30 años, por lo que un siglo contiene a cuatro: abuelo, padre, hijo y nieto. Bajo esta óptica, asombra la perdurabilidad temporal que en esferas de poder tiene nuestra dirigencia política, gremial y empresaria, responsable de la decadencia del país. Un análisis simplista que invoque el sistema democrático, adjudicaría a los anónimos votantes las culpas, sin profundizar en las estrategias políticas que los condicionan, centradas en leyes electorales distorsivas que no existen en otros países, y partidos sustituidos por “espacios políticos” alejados de compromisos comunes, vicios que llevaron a la destrucción de la garantía ciudadana de tener la representatividad establecida en el artículo 22 de la Constitución, cuando expresa que “el pueblo no delibera ni gobierna, sino por medio de sus representantes y autoridades creadas por esta Constitución”.

Legislativamente, esta representatividad que involucra a 257 diputados y 72 senadores, es manipulada en dos instancias: en la etapa de elegir, y posteriormente al momento de ejercer, en ambos casos en el marco de la ley. En la instancia electiva se limita el derecho del ciudadano a elegir por medio de innumerables subterfugios, comenzando por las “listas sábanas”, cerradas o bloqueadas (el orden de los candidatos no puede ser alterado por el elector). Armadas entre pocos dirigentes, abundan en nepotismos, oportunismos y personajes impresentables. Más grave es el engaño poselectoral de muchos al momento de ejercer, cuando una vez asumidos se apartan del compromiso político ante los votantes, para convertirse en librepensadores e integrantes de interbloques de coyuntura que nadie votó con el solo fin de negociar con el oficialismo de turno, que en su condición de tal tiene más contraprestaciones que ofrecer. Los temas a negociar son invariables: obtención de quórum para el tratamiento de leyes, y aportar los votos necesarios para aprobar sus proyectos legislativos. De este modo, quienes dispersamente alcanzaron un 7% del total de votos, pasan a cobrar mayor importancia que una oposición con una representatividad de más del 40 % de los votos.

Para disimular esta anomalía, los reconvertidos en librepensadores aplican el juego dual de la reversibilidad, como se define a “lo que se puede usar tanto en un sentido como en el otro”, actitud que excluye temas de conciencia como el del aborto. Prolongan el misterio hasta las instancias finales para definir sus votos, y solo aportan los necesarios para que el oficialismo obtenga quórum y se aprueben sus leyes, mientras otros se abstienen o votan negativamente. Además, con visión de futuro y a fin de encarar negociaciones preelectorales, se presentan como una tercera vía electoral, pese a la comprobada insustancialidad de esta estrategia, como demostrara recientemente Sergio Massa al incorporarse al kirchnerismo a horas del cierre de listas.

En el Senado, el bloque Frente de Todos lo integran 41 representantes, número que otorga mayoría simple y quórum propio. Por haberse identificado preelectoralmente  ante el votante con Cristina Kirchner, poseen legitimidad de representación. En el caso de Diputados, el Frente de Todos tiene 119, Juntos por el Cambio 116, y la izquierda, que por tradición se opone o se abstiene en las votaciones, tiene 3. El número de 257 legisladores se completa con 19 que conformaron dos interbloques federales, que cual coctelera mezclan diversas pertenencias, sean partidarias como justicialismo y socialismo; personalistas (lavagnistas); provincialistas (cordobeses, misioneros, mendocino y rionegrino), y desertores (tres legisladores que abandonaron Juntos por el Cambio). Un bloque es  conducido por Eduardo Bucca, de la provincia de Buenos Aires, y el otro por José Ramón, mendocino. Estas asociaciones de ocasión que nadie votó, y que en muchos casos no defienden siquiera a quienes dicen representar (caso de los siete diputados porteños kirchneristas en la afectación de los recursos de su distrito), son producto de leyes electorales armadas para distorsionar la proclamada “voluntad popular”, sostenidas en los vicios de no poder elegir individualmente a quienes nos representan y mantener en la indefinición si la banca pertenece al partido o al legislador, entre muchos otros recursos para limitar las participaciones electorales democráticas.

Para esbozar una conclusión, podríamos preguntarnos si para un sistema democrático es más nocivo un bloque compacto y coherente con los derechos y limitaciones otorgadas por sus votantes, o interbloques de coyuntura con negociadores reversibles que nadie votó, que faciliten concentración de poder y políticas alejadas de los declamados “consensos mayoritarios”.

Buenos Aires, 16 de diciembre 2020