Léxico, imagen y contexto

Para desarmar las anacrónicas estrategias discursivas sostenidas por nuestras conservadoras castas políticas, se deben comentar cuatro herramientas que estructuran a los mensajes: ideología, léxico, imagen y contexto. Oportunamente se analizó que la ideología dejó de otorgar identidad, debido a la extinción de partidos de alcance nacional y las fluctuantes asociaciones electorales. Respecto al léxico, conocer el significado de cada palabra es esencial para clarificar conceptos. Por ejemplo, sustituir “clase” política por el de “casta” política, permite entender la perpetuación de las dirigencias responsables del atraso. Resta comentar imagen y contexto.

La imagen es un conjunto de percepciones de objetos reales o imaginarios. Su utilización política la destacó el pensador Giovanni Sartori, al señalar la transición del “homo sapiens” (hombre    que sabe), a la del “homo videus” (hombre que ve). Si bien el corazón de una campaña es el candidato, el corazón del candidato es su imagen, en la que juegan no solo los aspectos visibles (rasgos, gestos), sino también subyacentes (pasado, actitudes). El riesgo de decidir adhesiones basados solo en lo audiovisual, lo explicitó Maquiavelo hace más de 500 años, cuando le dijo al príncipe: “Cada uno ve lo que parece, pero pocos palpan lo que eres”. El contexto es una suma de circunstancias pasadas y presentes que rodean a los acontecimientos y mensajes (tiempo, lugar, situación, antecedentes), los cuales deben evaluarse adecuadamente para emitir un juicio. Dado que individualmente se optará por determinados aspectos de la ideología, léxico, imagen y contexto, las conclusiones no serán irrebatibles, pero deberían tener una trazabilidad racional, de la que habitualmente carece el discurso político. Ello permitirá que el ciudadano se transforme en analista activo, en lugar de receptor pasivo.

Un ensayo se podría aplicar a los mensajes del presidente Fernández, máxima autoridad del gobierno, juzgados como confusos y contradictorios. Su ideología es de origen peronista, habiendo participado en sucesivas internas que atravesaron los gobiernos de Menem, Duhalde y Kirchner. Su imagen responde a un funcionario con rasgos clásicos en el vestir y hablar, con un léxico de estilo docente antes que de barricada. Cobran relevancia los aspectos subyacentes de la imagen. Desempeñó solo cargos políticos, salvo cuando fue legislador porteño por el partido de Domingo Cavallo, durante tres años. Nunca encabezó agrupaciones políticas propias, y actuó como jefe de campaña de candidatos justicialistas. Por sus nexos docentes y políticos, se le adjudica la condición de operador en el ámbito judicial, y es habitual concurrente a programas de opinión, en los que se desempeña con desenvoltura. Con estos datos, la utopía de que se conforme un “albertismo” es fácticamente inexistente. Estas condiciones seguramente fueron evaluadas por Cristina Kirchner, cuando en mayo de 2019 los designó como candidato a presidente, reservándose ella la vicepresidencia, o sea, la presidencia del Senado. Las críticas de Fernández a su gestión presidencial fue un detalle menor en relación a los tres objetivos buscados: ganar la elección nacional (se cumplió), lograr inmunidad judicial y refinanciar la deuda externa (pendientes). A poco más de un año de gobierno, cabe analizar la dificultad en alcanzar los dos objetivos faltantes.

En primer lugar, Fernández no fue ni será un títere; asumió un compromiso con reglas de juego que intenta cumplir. Pero se obvió considerar el cambio de contexto. Un operador judicial tiene eficacia como intermediario entre el poder y la justicia, en conversaciones informales que amenazantes o distendidas, estén alejadas de la luz pública. No las puede realizar quien encabeza el poder; menos aun cuando las causas de corrupción son ampliamente conocidas como para abortarlas sin altísimos costos y consecuencias (caso del juez Obligado con el condenado Boudou). Si para lograrlo Cristina transfiere el poder a Fernández, en temas judiciales Fernández pasa a ser Cristina. En cuanto a la renegociación de la deuda, el ministro de economía está imposibilitado de darle un curso técnico a la gestión por las profundas contradicciones dentro de la alianza gobernante. En ambos acuerdos pendientes, Fernández intenta cumplirlos pero se ve imposibilitado por causas ajenas. Con el agravante de la proximidad de un hecho que las castas políticas priorizan por sobre cualquier urgencia: las elecciones nacionales

Este contexto es el que explica acciones y discursos presidenciales cambiantes, confusos y contradictorios. Pasó del distendido ámbito de las gestiones reservadas y asesorías diversas, a ser la cara visible de divergencias propias y ajenas. Se transformó en una víctima de no creer en un plan de gobierno, del que el país carece desde hace décadas. En tanto, los esfuerzos de las castas políticas se concentran en mantener privilegios, aumentar impuestos y negociar impunidad.

Buenos Aires, 10 de febrero 2021