Casta, grieta y discurso

En la primera mitad del siglo XX el leninismo, fascismo y nazismo desarrollaron los principios básicos de la propaganda política, destinada a la manipulación de las masas para sostener gobiernos dictatoriales. Sus reglas sofisticadas con componentes psicológicos tienen plena vigencia en la actualidad. Los avances tecnológicos expandieron y globalizaron la comunicación, pero no modificaron lo conceptual. Conocer dichas reglas, claramente descriptas en el libro “La propaganda política”, que en 1950 escribiera el francés Jean-Marie Domenach, facilitará entender el comportamiento de nuestros políticos, porque con matices vernáculos, las cumplen rigurosamente.   

Un análisis preliminar de nuestra actualidad política podría sustentarse en el trípode de tres términos/conceptos relevantes: casta, grieta y discurso.  “CASTA”, que puede asimilarse a élite y caudillaje, indica una extendida permanencia de clases sociales con fuertes rasgos de nepotismo, que en nuestro caso las representan sectores políticos y sindicales, básicamente a través de permanentes modificaciones de las legislaciones electorales para adaptarlas a sus intereses, tal como sucediera recientemente con la reinterpretación que hizo la legislatura de la provincia de Buenos Aires de la ley que impedía las reelecciones indefinidas de intendentes. “GRIETA” es una metáfora usada para indicar divisiones tajantes en una sociedad, que erróneamente se la plantea atravesando a todos los sectores por igual. En el escenario local, son racionalmente fomentadas desde cúpulas de poder, e inoculadas a las masas para que reaccionen desde lo emocional. En estos ámbitos grietas y castas actuando en simultáneo serían contradictorias, pues no existen grietas sino “pujas de poder e intereses”, que pueden o no ser irreconciliables. Esta realidad se manifestará una vez más en el armado de acuerdos y candidaturas para las próximas elecciones. Otro ejemplo lo ofrecen las manifestaciones piqueteras, que pese a coincidir en sus reclamos, se presentan tras diversas organizaciones identificadas con banderas y remeras. La unidad en los reclamos, no impide pujas (no grietas), entre dirigencias.

Cabe ahora reflexionar sobre el pilar de la propaganda política en su nexo con la sociedad: el “DISCURSO”, que incluye el campo audio-visual. Es en este punto donde surgen diferencias ya no en cuanto a la aplicación de reglas, sino en sus resultados. Nacidas en dictaduras, las reglas que definen los lineamientos conceptuales y operativos a seguir, basa lo discursivo en una opinión única, que para lograrla implica persecuciones a disidentes, cierre de medios, censura, etc. Pero en democracia existen debates, réplicas e investigaciones sobre el poder. En este ámbito de competencia cuando desde el poder democrático no se emiten mensajes unívocos, creíbles y con objetivos coincidentes, no solo se desnudan falacias, contradicciones y necedades,  sino se resta fuerza a la regla del “enemigo único”, que debe instalarse a través de lo discursivo. Así la describe Domenach: “La individualización del adversario ofrece muchas ventajas. Los hombres prefieren enfrentar a personas visibles más bien que a fuerzas oscuras. Cuando se los convence de que su verdadero enemigo no es tal partido o tal nación, sino el jefe de ese partido o de esa nación, se matan dos pájaros de un tiro”. No es casual que muchos autócratas en democracia añoren sistemas de gobierno como los de Rusia y China, con tradiciones políticas milenarias, o los de Cuba, Venezuela y Nicaragua, con locuaces tiranuelos, y ataquen discursivamente a los medios de comunicación.

El presidente Fernández, caracterizado por sus cambios de opiniones en términos de años, meses u horas, pero que en realidad representa a gran parte de las volubles dirigencias políticas argentinas, aplicó consciente o inconscientemente la regla del “enemigo único”. En su reciente gira europea, ante una pregunta en un reportaje,  respondió que con Cristina Kirchner solo tiene algunas diferencias, pero que “su enemigo es Macri”.  Más allá de su inhabilidad para desenvolverse en países extranjeros, no es casual que haya dicho “Macri” y no Juntos por el Cambio. Como tampoco lo es que la oposición hable de Cristina o kirchnerismo, y no del Frente de Todos. La regla del “enemigo único” en nuestro fluctuante desenvolvimiento político, a falta de coherencia discursiva, se utiliza solo para eludir culpas de quienes participan de uno u otro gobierno o coalición, para centrarlas en solo una persona y sus allegados inmediatos. Lo que posibilita que en las próximas elecciones una vez más, los mismos políticos se redistribuyan entre distintos espacios y listas, siempre con cargos bajo el brazo, enarbolando el cínico mensaje de acuerdos patrióticos. La consecuencia, que no es un hallazgo de Milei, es la permanencia de castas políticas, que se presentan solo con estructura e imagen. Por eso cuando el discurso plantea que el próximo gobierno necesitará un consenso del 70%, se debe aclarar si es entre 1.000 conocidos políticos nacionales fracasados, o entre 30 millones de votantes.

Buenos Aires, 18 de mayo 2022