Morales radicales

Una hipótesis para explicar la perdurabilidad de nuestras dirigencias políticas y corporativas responsables de la degradación económica, social e institucional desde hace décadas, es la utilización del peronismo y el radicalismo, inmersos en coaliciones electorales polifacéticas y coyunturales de denominación cambiante, solo como escudos simbológicos.

Abundan análisis sobre el peronismo, que tras la muerte de Juan Perón hace 47 años, de sus principios fundacionales solo mantuvo objetivos de poder, lo que le permite albergar derechas e izquierdas simultáneamente. Esta realidad la sintetizó un peronista histórico como Julio Bárbaro, cuando señaló que “desde la muerte de Perón, el peronismo se convirtió en un recuerdo que da votos”. Pero no se analiza con similar rigurosidad la problemática radical, cuyo emblema principista lo pronunció Leandro Alem en su testamento: “Sí, que se rompa pero que no se doble”. El transcurso del tiempo demostró que muchos de sus dirigentes se rompen, se doblan y se tuercen. El presente reverdecer radical, y el activo accionar de su presidente y precandidato Gerardo Morales cuyo apellido casualmente remite a la moral, virtud enarbolada por los radicales, aconseja algunas reflexiones.  

Vale tomar como inicio de las crisis de los dos partidos históricos la elección presidencial de 1999, en la que la Alianza entre radicales y sectores peronistas derrotó al PJ, sometido a pujas internas entre Menem y el candidato Duhalde. A diez meses de asumido el triunfante De la Rúa, renunció su vicepresidente peronista Carlos Alvarez, dando inicio a una crisis que estalló en diciembre del 2001 con la renuncia del presidente, empujado por sectores duhaldistas y radicales de la provincia de Buenos Aires. En la atomizada elección presidencial del 2003, el PJ concurrió dividido en tres fórmulas, triunfando Carlos Menem con el 24,45% de los votos, pero al negarse a una segunda vuelta, asumió Néstor Kirchner con el 22,24%. El candidato radical Leopoldo Moreau, por su parte, obtuvo el 2,34%. La vulneración de los mandatos populares tuvo un hito en el 2005, cuando triunfó como gobernador de Santiago del Estero el radical Gerardo Zamora, encabezando un Frente Cívico que venía a sustituir al eterno caudillo peronista Juárez. Diecisiete años más tarde la familia Zamora continúa gobernando, pero como adherentes kirchneristas. Ya con las coaliciones transversales como común denominador, en las presidenciales del 2007 con el eslogan “Cristina, Cobos y vos” (nacen los radicales K), triunfó Cristina Kirchner con el 45,29% de los votos. La alianza Lavagna (PJ)-Gerardo Morales (UCR), se ubicó tercera con el 16,91% de los votos, por detrás de Elisa Carrió, apartada del radicalismo. En la elección presidencial del 2011, en la que arrasó la fórmula Cristina Kirchner-Boudou con el 54,11% de los votos, la fórmula Ricardo Alfonsín-González Fraga bajo la sigla UDESO obtuvo el 11,14%. Sin “límites” como candidato, Alfonsín llevó para el cargo de gobernador de la provincia de Buenos Aires a Francisco De Narváez. De esta reseña, se observa que vulnerando el principio de Alem, los candidatos presidenciales radicales Leopoldo Moreau y Ricardo Alfonsín, con cargos bajo el brazo, son hoy firmes kirchneristas. Incluso Alfonsín los representa como embajador en España, pese a que se apropiaron de la condición de símbolo de derechos humanos que era su padre, por haberse destacado como abogado de detenidos durante la dictadura, y como presidente, por los juicios a las juntas militares y a guerrilleros.    

Resumidos los dos partidos históricos mayoritarios, cabe un comentario respecto a las coyunturales terceras fuerzas electorales. El Partido Intransigente creado por Oscar Alende en 1972, y la Unión de Centro Democrático fundado por Alvaro Alsogaray en 1982, (al que pertenecía Sergio Massa), se diluyeron al ser sus principales dirigentes absorbidos por el justicialismo. Situación que actualmente repiten el Frente Renovador y Alianzas Federales, que la experiencia muestra se crean para que sus dirigentes, con caudales de votos insuficientes para triunfar, los conviertan en útiles para negociar cargos y puestos legislativos. Este proceso lo afrontará Milei, cuando deba plasmar su novedad en estructuras nacionales, que seguramente presentarán añejos apellidos políticos. Solo mantuvo una estructura coherente en el tiempo Compromiso para el Cambio fundado en el 2003, pero que igualmente necesita de coaliciones sólidas para ser alternativa de gobierno. Es evidente entonces que en la presente crisis las coaliciones no pueden continuar enmascarándose tras confusos simbolismos o acumulación de apellidos fracasados, sino conformarse con quienes cumplan los requisitos de honestidad, idoneidad para el rol a desempeñar, y un plan de gobierno explícito, cumplible y con apoyos mayoritarios. Comenzando desde ahora.

Buenos Aires, 11 de mayo de 2022