Perón es inocente

Ante crisis sociales extremas, la Argentina está plagada de invocaciones a diálogos y acuerdos incumplidos, utilizados como recurso de emergencia por las castas corporativas para lograr su supervivencia en un marco de nepotismo, corrupción y mediocridad conductiva. Pero como un nuevo intento de acuerdo político-institucional, económico y social surge como imprescindible, es oportuno identificar vicios y falacias que derivaron en los repetidos fracasos.  

Como todo análisis necesita un punto de partida sólido basado en realidades, el peronismo puede cumplir este requisito, no desde un debate historicista, sino en base a una actualidad que presenta cinco elementos concurrentes: 1) una pandemia cuya prolongada cuarentena transparentó desigualdades económicas, laborales y educativas; 2) una coalición de gobierno con un presidente designado por su vicepresidenta, conformada entre enemigos para derrotar a otros enemigos; 3) un poder ejecutivo sin objetivos definidos, parcelado en todas sus áreas, y que se enorgullece de carecer de un plan y descreer del mérito; 4) una deuda externa en dólares e interna en pesos, impagables en el corto y mediano plazo; 5) una ausencia de identidad ideológica en un gobierno que se dice peronista, como reflejó la conmemoración del 17 de octubre a través de tres actos en días sucesivos, con representaciones oficiales divergentes. Esta última anomia fáctica que no se condice con las invocaciones discursivas, hace pensar que la memoria de Perón, fallecido hace ya 46 años, podría brindar un aporte póstumo para encauzar la actual crisis, y marcar un camino que posibilite un acuerdo institucional, económico y social viable y virtuoso de corto, mediano y largo plazo. La posibilidad surge del propio Perón, cuando en la conferencia de prensa que brindara en 1972 a su regreso al país, señalara como fuerzas políticas activas a los radicales, socialistas y conservadores, entre otras. Al mencionársele la omisión del peronismo, respondió con su habitual ironía: “es que peronistas somos todos”.

La frase, pronunciada en una época de fuertes enfrentamientos, incluso armados, hacía referencia no solo a que su primer gobierno había impregnado la cultura política argentina, sino también al uso de su nombre e imagen para otros intereses. Bajo este planteo, deberían ser peronistas quienes integran y/o apoyan al gobierno, como el presidente Fernández, Guzmán, Kicillof, Moyano, Daer, Barrionuevo, Donda, Carlotto, Massa, Boudou, De Narváez, Brito, Mendiguren, Moreau, Ricardo Alfonsín, Zannini, entre otros. Incluso la propia vicepresidenta debió recordar en su discurso del 17 de octubre que era peronista. Del mismo modo en la oposición cabe citar a peronistas como Pichetto, Rodríguez Larreta, Santilli, Ritondo, De la Torre, Monzó, Amadeo, entre tantos otros. Sin embargo, el paso del tiempo puede convertir convicciones sentidas del pasado en hipócritas oportunismos presentes, con consecuencias sociales ruinosas.  A Evita la hubiera sorprendido que sus queridos “grasitas” de entonces se multiplicaran, y sean utilizados hoy por otros “grasitas” más vivos para intermediar recursos públicos. O que Perón comprobara que la columna vertebral del movimiento la integran gremialistas enriquecidos, manejando “holdings” de medios de comunicación, correo, empresas constructoras, aseguradoras, entre otros negocios familiares. O que el partido Justicialista se diluyera en distintos nombres de fantasía en cada instancia electoral; que miembros del partido Radical no solo pueden romperse, sino cargos mediante, también pueden doblarse; y que los revolucionarios de antaño son los conservadores de hoy.   

Es momento entonces que previo a establecer temarios y estrategias de un acuerdo nacional integral y sostenible, aceptar circunstancialmente ante la emergencia y como recurso aglutinador que “somos todos peronistas”, o por el contrario, reconocer que como bien expresara textualmente un peronista histórico como Julio Bárbaro, “desde la muerte de Perón, el peronismo se convirtió en un recuerdo que da votos”.

Sea cual fuere la decisión, llegó la hora de que las castas políticas y corporativas dejen de justificar oportunismos, malas praxis, corrupciones y degradaciones institucionales, utilizando la memoria de Perón. Y se asuma que con la democracia como abstracción, no “se come, se educa y se cura”. Lograrlo requiere de una clase política formada, capaz y honesta, en lugar de burócratas enriquecidos clamando desde los palcos que “con el hambre del pueblo no se juega”. Definida una base de partida común, surge el verdadero desafío, consistente en establecer una estrategia operativa y participativa, que evite que el acuerdo quede solo en manos de las mismas castas y corporaciones responsables de la decadencia argentina, lo que aseguraría un nuevo fracaso.

Buenos Aires, 27 de octubre 2021