¿Quién ganó la elección?

Ganó Massa. Ganó Milei. La presente reflexión se elaboró sin conocer al triunfador, por lo que el encabezado refería a las dos opciones posibles. Conocido el resultado que cierra el ciclo electoral con Milei presidente, se puede incursionar en una etapa analítica no sospechada de favoritismos, para profundizar en aspectos que condicionarán la política aún desconocida del próximo gobierno. El más importante, es que las estrategias de campaña ratificaron la existencia de un sustrato político-institucional en el que coexisten mafia, fascismo, espionaje y corrupción, palabras usadas para agraviar o impactar, pero que son realidades que explican el atraso del país. No en vano la campaña se inició con funcionarios y gremialistas asociados al usufructo de recursos públicos, planteando “sangre en las calles” ante eventuales triunfos de Juntos por el Cambio o la Libertad Avanza. De igual modo, el llamado a la “unidad nacional” es una estrategia de cúpulas corporativas consolidadas para avalar medidas que descargan los costos de las malas praxis, privilegios y corrupciones solo en los ciudadanos comunes, como quedó demostrado en las crisis 1989-90 y 2001-02, pues de ser las medidasequitativas y virtuosas para el bienestar general, tal convocatoria ofreciendo cargos a recientes adversarios carecería de sentido.

La reciente campaña tuvo la virtud de que el eslogan “la casta” instalado por Milei para sintetizar el hartazgo social con las consolidadas continuidades de las clases políticas y corporativas ruinosas, su significado conceptual pasara a corporizarse cuando altos funcionarios, dirigencias sindicales, en especial estatales, empresarias, universitarias, científicas, artísticas, y de supuestos opositores como Morales, Urtubey o la izquierdista Myriam Bergman, entre otros, apoyaran de modo coordinado y simultáneo a Massa, pues ante el temor de que Milei provocara “un salto al vacío” que afectara a sus privilegios en una sociedad empobrecida, era preferible el malo conocido para que nada cambie. Teniendo como fondo una millonaria campaña propagandística a una escala de saturación inédita en la historia electoral argentina, con utilización de niños inclusive, que se expandió por todos los ámbitos públicos y privados posibles, con promotores directa o indirectamente relacionados con recursos del Estado, situación que transparentó dos de los vicios estructurales existentes: Mafia en cuanto a tipo de mensajes y aportes económicos, y Fascismo como técnica de propagación sustentada en bienes y personal del Estado. Quienes se dedican a la docencia en ciencias políticas, propaganda y manejo de campañas, debieran recopilar toda la información disponible para usarla como base de estudio, por ser inédita. Queda un interrogante: ¿aceptarán éstos sectores políticos y corporativos participar de los costos de las duras medidas económico-sociales que se aproximan?

El debate entre candidatos aportó enseñanzas en lo comunicacional, que de ahora en más estará dirigido a justificar las medidas de gobierno que se adopten. Dado que lo político suele priorizar lo gestual y discursivo por sobre la veracidad y claridad, será importante desentrañar las consecuencias de los anuncios, detectando falacias y omisiones. Por ejemplo, en el debate no era importante polemizar sobre quién lo ganó, sino destacar que perdió la sociedad ante la ausencia de propuestas concretas. En cuanto a la experiencia política de los contendientes, puede ser un factor aceptable pero no concluyente, como muestra la perdurabilidad que presentan muchos responsables del atraso del país, y menos aún relacionarla con la credibilidad. En el debate, la declamada experiencia de Massa no se apartó de un rígido libreto elaborado por consultores catalanes y brasileños, que incluyó el detalle de toser, y un “zanchettazzo” al exigirle a Milei que explicara porque no le habían renovado una pasantía estudiantil en el Banco Central. También fue engañoso plantear “no hablemos de Macri y Cristina. Esto se decide entre vos y yo”, cuando ambos están necesariamente insertos en estructuras y contextos preexistentes, y nuestras dirigencias políticas consolidadas nunca pierden elecciones; solo se reacomodan. Finalmente, el triste ejemplo de la volubilidad de algunos dirigentes de Juntos por el Cambio al invocar neutralidad para ocultar adhesión, indica que a las oposiciones deberán evaluárselas por sus acciones concretas y no por sus declaraciones públicas.  

Buenos Aires, 20 de noviembre 2023