Discursos y chupetes políticos

Finalizado el proceso electoral en el que la sociedad mostró en todo el ámbito nacional el hartazgo provocado por el accionar político practicado por quienes un exitoso eslogan de campaña calificó como “Castas”, de ahora en más esta reacción mayoritaria deberá enriquecerse pasando de lo emocional (hartazgo), a soportes analíticos más racionales. Más aún cuando las denostadas castas, mafias, familias o corporaciones, según se prefiera, están plenamente vigentes, pero en un contexto inédito desde 1983, en el que Milei es solo un instrumento.

Es útil recordar que los principios o técnicas de la propaganda política moderna fueron diseñados cronológicamente por los regímenes totalitarios encarnados por Lenin, Trotsky, Mussolini, Hitler y Goebbels para manejar grandes masas. Ello implicaba generar mensajes breves y simples dirigidos a lo emocional, para que todos, aún analfabetos, crean comprenderlos y los compartan. Esta brevedad que se plasma en el eslogan, es también aplicable al exceso de palabras que no informan verazmente sino entretienen o engañan, algo muy habitual en nuestros locuaces políticos y dirigentes. Pero todo tiene límites; estas técnicas propagandísticas universales de por sí no son suficientes, porque una cosa es persuadir y otra idiotizar. Para ser efectivas, las propagandas y discursos exigen una adecuada simbiosis entre contexto (como poblaciones empobrecidas tras la Primera Guerra Mundial), personificaciones que las sustenten (inicialmente esperanza en un nuevo líder), y concordancia entre el decir y el hacer, pues un mismo líder o grupo no puede engañar o someter al pueblo por décadas, salvo con el empleo de la fuerza. De este trípode, tras décadas de permanencia de dirigencias fracasadas, hecho inédito en un sistema democrático, se llegó a la instancia de que las mismas perdieron dos patas: credibilidad en sus actos y credibilidad en sus mensajes, pese a lo cual y para seguir vigentes, apelan a su recurso comunicacional más destacado: la impavidez, entendida como estrategia distractiva para afrontar situaciones adversas en lo delictivo, ideológico o partidario. Es así como sin rubor, el político fracasado acusa de fracasado a su opositor, el corrupto de corrupto a quien lo acusa, y el inútil resalte que su adversario también lo es. En este contexto se deberán analizar los próximos acontecimientos.

En esta tarea se deberá tener presente que en carácter de ciudadanos comunes, las fuentes informativas serán las que proveen los medios de comunicación, sean oficialistas, opositores o independientes, diferenciando entre información, opinión y espectáculo, variantes que suelen confundirse. Vale comenzar por el espectáculo a través de su variante  más “vendedora” para todos los sectores sociales: el “escándalo”, como se titulan hechos reales o supuestos teñidos de delictivos o inmorales, que saltan intempestivamente a la luz pública. Bajo esta categoría se informan los casos políticos de “ñoquis” en las legislaturas; negociados con seguros contratados con organismos públicos; defraudaciones en los subsidios sociales; estafas en compra de alimentos u otros insumos, entre una larga lista de alternativas. Pero en realidad no cumplen con el requisito de ser catalogados como “escándalos” por lo sorpresivo, dado que sus metodologías para facilitar las corrupciones son reiterativas, algunas con denuncias periodísticas previas, e involucran extensas cadenas administrativas prediseñadas, que por acción u omisión, se extienden a los poderes judicial y legislativo. Ello lleva a los siguientes supuestos: 1) Es tremendamente fácil robar recursos públicos, sin posterior recupero de fondos y con impunidad judicial; 2) El escándalo en el Estado no lo generan hechos puntuales, sino la persistencia de una matriz que para apropiarse de recursos públicos, cuenta con una amplia complicidad  o complacencia político-administrativa y gremial.

En cuanto al recurso de la “impavidez” defensiva, vale citar a tres personajes acusados de saquear recursos destinados a los más necesitados, que sin disimulos ideológicos, comparten el “yo no fui”: Grabois, quien a veces exhibe una visible cruz sobre su pecho; Belliboni como supuesto troskista y Pérsico, otrora montonero. El ejemplo de un “chupete” discursivo para distraer a la opinión pública lo provee el senador Lousteau, intérprete de la inolvidable escena en la que votó el aumento de dietas con su mano sobresaliendo apenas del escritorio, mientras conversaba con la senadora ubicada a su lado. Creativamente, en lugar de proponer que se retrotraiga el aumento masivamente acordado para definir otro más razonable acorde a las circunstancias, anunció que presentará un proyecto de ley para que los senadores cobren lo mismo que un director de escuela primaria, provocando las carcajadas de los integrantes de todos los bloques. Estos ejemplos brindados por viejos políticos en lo mental utilizando viejos recursos dialécticos, facilitarán pasar de las opiniones emocionales a las racionales.   

Buenos Aires, 05 de junio 2024