Fascista yo?

El fraude electoral sufrido por el pueblo venezolano, al permitir comparar entre lo visualmente percibido con lo expresado en los discursos políticos, exhibe hipocresías que también alcanzan a políticos, instituciones internacionales y analistas que critican al régimen. La más destacable y supuestamente contradictoria, es ver como un perfecto prototipo de fascista como Maduro, acusa de fascistas a opositores y críticos.

Como la mediocridad de muchos políticos hace dudar si el mal uso del término fascista responde a la ignorancia o a la mala fe, vale un sintético comentario respecto a su origen. Tras la Primera Guerra Mundial, el Estado liberal italiano entró en crisis, derivando en una etapa de fuerte intervencionismo estatal, surgimiento de partidos de masas, y perfeccionamiento de la propaganda política moderna, que había comenzado con el bolcheviquismo. En marzo de 1919 surgió un movimiento que utilizó como emblema el “fasces”, símbolo de la antigua Roma consistente en un haz de varillas atadas a un hacha, que representa el poder sobre la vida y la muerte, y cuyo referente político era Mussolini, considerado una eficaz respuesta al peligro comunista de entonces. Tras la marcha sobre Roma en 1922, Mussolini tomó el poder revolucionario, apoyado por grupos violentos llamados escuadristas, identificados por sus camisas negras. En 1934 plasmó la imagen de los “fasces” en una creación que se expandió: el corporativismo. Sin incursionar en aspectos geopolíticos o en simplismos que pueden llamar fascista tanto a Trump como a Putín, en las dictaduras de derecha o izquierda se destacan vigentes aspectos comunes. En lo dialéctico parten de una invocación recurrente, que es la de encarnar en exclusividad “los supremos intereses de la nación”. En el ejerciciodel poder; organizan a las sociedades integrando Partido Único y Estado, apoyándose en militares y grupos de choque privados, aniquilamiento de la oposición, prohibición de huelgas, silenciamiento de la prensa libre, y en muchos casos líderes mesiánicos con discursos y acompañamientos extravagantes.

Pero en el reciente proceso electoral venezolano, las reacciones de políticos e instituciones diplomáticas supuestamente opositoras desnudan nuevas hipocresías. Supongamos que un simple estudiante de nivel secundario perspicaz observa por televisión la secuencia de los siguientes acontecimientos concentrados en no más de seis horas: 1) Previo al cierre de la votación, cae la página web del Consejo Nacional Electoral (CNN); 2) Tras el cierre y pese al sistema de votación electrónica provisto por la empresa argentina ExClé SA, pasan más de cuatro horas sin información oficial; 3) Con menos del 40% de las actas de escrutinio con los resultados de cada mesa y copia a los testigos de los partidos políticos entregadas, se interrumpió su distribución; 4) Ya en la madrugada del lunes el presidente del CNE Elvis Amoroso, denuncia un ataque “terrorista” que demoró la transmisión de datos, pese a lo cual y sin más detalles, comunicó el triunfo de Maduro con el 51,20%, contra el 44,2% del opositor González Urrutia.

Llegados a este punto, nuestro estudiante virtual afirmaría sin dudar que hubo fraude. Sin embargo, gobiernos democráticos y organismos internacionales con actitudes hipócritas o timoratas, a varios días de cerrada la votación y mientras se reprimía a la población, continuaban reclamando la presentación oficial de las actas, que en alto porcentaje se encuentran en manos de la oposición, cuando era una obviedad de que nunca serían presentadas, o bien que las demoras se deberían a la falsificación de las mismas.

Pero el caso deja enseñanzas más profundas. Regímenes como el de Maduro pueden causar indignación internacional por las sangrientas represiones, y en paralelo burlas por las actitudes extravagantes de sus líderes. Pero el objetivo de éstos no es el de convencer a nivel internacional (pueden romper relaciones con otros países con facilidad), sino coaccionar a la población a nivel interno, pues no hay objetivos ideológicos o patrióticos, sino exclusivamente de poder. Por ello se vulneran reglas de la propaganda moderna, cuyos principios creados por Lenin y Trotsky, incluían sensibilizar a las masas infundiéndoles dinamismo mediante la agitación y eslógans adecuados, todo lo contrario de lo pretendido por Maduro. Solo se mantienen las reglas sostenedoras del poder, como fuertes presencias militares, simbologías patrióticas y organización de mitines de apoyo. Pero en el mundo de posguerra aparece un nuevo factor para establecer interrelaciones: los negocios y prebendas, sea entre países, instituciones o políticos. Así se entiende la relación inicial entre Néstor Kirchner y Hugo Chaves, o que Néstor Kirchner haya tenido un reconocimiento de las cúpulas de derechos humanos que no tuvo Raúl Alfonsín, quien corrió con todos los riesgos como abogado de presos políticos durante la dictadura, y como presidente con el juicio a las Juntas Militares.

Buenos Aires, 07 de agosto 2024