Ritmo político: woke-woke

Nuestra perdurable clase política instaló en los debates de los últimos años dos términos foráneos: lawfare y woke. Esta práctica no es antojadiza, porque responde a uno de los principios de la propaganda política moderna y vigente en el mundo digital, iniciada por Lenin, continuada por Mussolini y concluida por Hitler y Goebbels, que indica que para su manejo, no es importante que las masas comprendan sino que supongan que comprenden, por lo que los términos y frases a propagar deben ser breves y recordables. “Lawfare” por ejemplo, otorga un barniz universal al castizo “persecución política”, y evita que los acusados por corrupción digan “soy inocente”, lo que carecería de verosimilitud considerando sus abultados patrimonios obtenidos como funcionarios públicos.

El término “woke” (despertó), originado en Estados Unidos para visibilizar la discriminación racial, ampliado luego a las estructuras sociales injustas e incluso a tamaño del Estado, nuestro debate político lo asocia a “batalla cultural”, grandilocuencia ante la cual el inefable perro Mendieta, fiel acompañante de Inodoro Pereyra, pensaría: ¡qué lo parió! Pero como el debate impactó entusiastamente en políticos, periodistas y artistas (los empresarios y sindicalistas son más acotados en sus preocupaciones), vale la pena analizarlo partiendo de sus etimologías. Se entiende como “Cultura” al conjunto de costumbres, creencias y modos de vida que definen a una sociedad o grupo humano, que se transmiten por generaciones, lo que no concuerda con nuestra realidad, acotada a las mismas estructuras político-corporativas ideológicamente fluctuantes vigentes desde hace más de tres décadas, por lo que correspondería priorizar el concepto “Educación”, que es el proceso de aprendizaje y adquisición de conocimientos básicos que igualan a los ciudadanos, cuya didáctica consiste en asociar coherentemente palabras, personajes y actitudes (ejemplo, un oso, con imagen de oso y actuando como oso), por lo que corresponde encarar una “batalla educativa”, facilitada porque nuestros “osos” y dirigencias son vastamente conocidas.

Para fundamentar el planteo, nuestro país presenta un ejemplo cercano a partir de la recuperación de la democracia y derechos humanos en 1983. El elegido presidente, Raúl Alfonsín, activo como abogado defensor durante la dictadura, una vez asumido creó una comisión investigadora de las desapariciones (CONADEP), que el peronismo se negó a integrar. La presidió Ernesto Sábato, e integró entre otros el cardiólogo René Favaloro, el obispo De Nevares y la periodista Ruiz Guiñazú. Los resultados de las investigaciones se plasmaron en el documento “Nunca más”, que sirvió de base para el juicio y condenas a los comandantes en jefe en 1985, y de jefes guerrilleros luego, quienes entre 1989 y 1990 fueron indultados por el presidente Menem mediante sucesivos decretos. Llegado a la presidencia en el 2003, Kirchner tuvo un “woke” (despertó), y anuló solo los indultos militares, retomándose detenciones y juicios, algunos aún vigentes. En paralelo, logró la adhesión de algunas madres y abuelas emblemáticas mediante aportes y subsidios varios, cargos estatales, y creación de organizaciones como la escandalosa constructora de viviendas Sueños Compartidos en el 2006, logrando Kirchner lo que no pudo Alfonsín: ser considerado el paladín de los derechos humanos por las dirigencias favorecidas. El 24 de marzo de 2004 en un acto de la Esma, Néstor Kirchner pronunció su inolvidable frase: “Vengo a pedir perdón en nombre del Estado nacional por la vergüenza de haber callado durante 20 años de democracia tantas atrocidades”. Con la complicidad de radicales igualmente cooptados, Alfonsín desapareció de escena.

Como suele suceder cuando las adhesiones se logran con desembolsos de recursos públicos que difuminan principios, los manejos corruptos corrieron por dos vías y escalas paralelas: los grandes negociados entre funcionarios y privados asociados, y los facilitados invocando falsos progresismos, que derivan en que para la defensa de la mujer no se diseñan coberturas legales y policiales adecuadas, sino se crea un inútil ministerio; o que las problemáticas sexuales, que incluyen a niños, se manipulen y den lugar a un colectivo de cuño corporativo-fascista bajo las siglas LGBTQ+. La consecuencia del uso de estos recursos habituales para cooptar adhesiones y manipular a las sociedades, es la aparición de estúpidos que digan que los homosexuales son pedófilos, cuando también pueden serlo sacerdotes o padres de familia. El filósofo Bertrand Russell decía: “El gran problema con el mundo es que los necios y fanáticos siempre están tan seguros de sí mismos, mientras que las personas más sabias están llenas de dudas”.

Queda claro que explicar nuestra decadencia no necesita de épicas “batallas culturales” utilizadas tanto por izquierdas como por derechas, sino apelar al recurso de la educación básica, aprovechando que todos los actores responsables están vigentes y visibles. De todos modos, el término “woke” podría aprovecharlo algún creativo musical, y promover el ritmo woke-woke en boliches bailables.

Buenos Aires, 19 de febrero 2025