Jekyll y Hyde políticos

La historia está jalonada de guerras y pestes que teorías pretendidamente anticipatorias, plantearon que cambiarían el mundo. Obviando que con los vicios y virtudes que bien describiera Maquiavelo, serán nuestros perennes políticos y sus luchas de poder, quienes marcarán la realidad presente y futura, que hasta el momento no presenta atisbos de cambios cualitativos (estructuras estatales sobredimensionadas e ineficientes; privilegios legalizados; baja calidad institucional), ni cuantitativos (alta inflación sistémica, carencia de moneda, agobio impositivo, desempleo privado, alta pobreza, corrupción), indicadores que se agravarán de no implementarse reformas estructurales que las “familias políticas” eluden debatir.  

Las pestes, pasada la etapa de destrucción y muerte en la que los hechos priman sobre los discursos y las injusticias resaltan ante los privilegios, permitieron avances notables en infraestructuras y sistemas sanitarios, que en el caso argentino debieran manifestarse en profundas e innovadoras reformas político institucionales que desactive un sistema elitista y anacrónico. El principal obstáculo es que la corporación política y privada beneficiaria del sistema, invocando emergencias, pretende mantenerlo. En este contexto será la acción ciudadana expresada a través de la temida opinión pública, que rudimentariamente se expresa en cacerolazos o autoconvocatorias, la que deberá forzar dichas transformaciones. Esta disociación entre intereses particulares y ciudadanos se manifiesta en plena pandemia, cuando con poderes constitucionales y actividades privadas paralizadas o reducidas a su mínima expresión, importantes cúpulas políticas, judiciales y legislativas se mueven con celeridad y sin barbijos, para mantener la impunidad en los innumerables casos en trámite de corrupción estatal-privada.

Para no realizar análisis basados en preconceptos que deriven en la repetición de críticas inconducentes que nada cambien, previamente se debieran detectar las falacias de viejas estrategias discursivas y de acción política, estableciendo pautas reflexivas más creativas:

1.- Eludir la trampa de la “grieta” social, que es un instrumento ancestral de manejo de masas basado en dividir para gobernar, perfeccionado a principios del siglo XX con el surgimiento del bolcheviquismo y del fascismo.

2.- Evitar que las conclusiones se sustenten solo en abstracciones (justicia, derechos humanos), y personificaciones excluyentes (Perón, Alfonsín, Kirchner, Macri). El problema argentino es estructural, no circunstancial.

3.- Dado que los medios de comunicación son fuente informativa casi excluyente para el ciudadano común, asumir que en democracia ofrecen una diversidad ideológica no exenta de opiniones tendenciosas o falaces. Recae entonces en el receptor la responsabilidad de evaluar y detectar contradicciones en los mensajes políticos, que en muchos casos son solo eslógans, títulos de nota o noticias falsas, utilizándolos para formular nuestros propios  interrogantes en busca de nuevas respuestas.   

Preguntarnos por ejemplo, ante nombres paradigmáticos vigentes desde hace más de 30 años: qué no se dijo y denunció de Carlos Menem? Hoy condenado, es senador. Qué no se dijo y denunció de Cristina Kirchner? Hoy con múltiples procesos, es vicepresidenta de la Nación. Cómo es posible esta realidad inédita en países socialmente más desarrollados? Para obtener respuestas, más importante que centralizarnos en las figuras de Menem y Kirchner, es desentrañar las tramas político-institucionales que lo hace posible. Seguramente, se entenderían los fracasos, corrupción y pobreza.

Como los análisis se basarán en antecedentes y opiniones fehacientes de políticos y dirigentes a través de medios de comunicación, se deberá tener presente sus fluctuaciones dialécticas y oportunistas adhesiones partidarias. Para ello es oportuno citar como metáfora al personaje de la famosa novela “Doctor Jekyll y el señor Hyde”, escrita por Louis Stevenson en 1886. Jekyll es un científico que, para estudiar la doble personalidad, crea una bebida que separa la parte más humana del lado más maléfico de una persona. Cuando Jekyll la toma se convierte en Hyde, un sujeto capaz de cualquier atrocidad. Tras beberla nuevamente, recobra su personalidad más humana. Pasado el tiempo, desesperado por no conseguir los ingredientes con la pureza necesaria para lograr esta disociación de personalidades y poder gobernarlas, Jekyll se suicida, dejando una nota en la que confiesa el homicidio de Hyde.

La historia de más de 130 años merece adaptaciones a nuestro contexto. Los cambiantes mensajes políticos actuales no obedecen a una doble personalidad sino al uso consciente del cinismo, lo que explica que sus autores no se suiciden. El maléfico Hyde por su parte, de haber sido detenido en la actualidad, podría haber invocado ser un perseguido político.

Buenos Aires, 20 de mayo 2020