Hay plan, estúpido

La conocida frase “es la economía, estúpido”, usada por Clinton en su campaña electoral, puede readaptarse a la supuesta ausencia de un plan económico de gobierno, que además de presupuestario es político. De un periodista esperamos opinión; de un actor interpretación; de un cómico humor; de un delincuente amenaza; de un intelectual conocimiento; de un político planificación para gobernar. Cada uno de estos roles exige identificar objetivos, tener un plan para alcanzarlos, y equipo para implementarlos. Sin embargo,   mientras confiesan no tener un plan para conducir al país, nuestros políticos ejercitan entusiastamente la opinión, la interpretación, el humor, la amenaza y escasa intelectualidad. Es un ejemplo de mediocridad o de engaño?

La respuesta a esta pregunta, si se observan las decisiones adoptadas desde diciembre pasado, incluidos meses previos a la pandemia, sería “hay plan, estúpido”. Lamentablemente, nada creativo: concentración de poderes en el ejecutivo, adormecimiento del poder legislativo, prorrogar un presupuesto vencido para tener manejo discrecional en el uso de fondos y relación con las provincias, decretar ajustes que recortan jubilaciones sin afectar privilegios, poner al poder judicial al servicio de acelerar o demorar causas de corrupción estatal-privada según convenga, aumentar impuestos invocando a los pobres mientras se proponen blanqueos impositivos exculpatorios de corrupción, intentar expropiaciones cuando se carecen de recursos para atender servicios esenciales, mantener sin cambios la ineficiente estructura estatal. Por ejemplo, sería imposible renegociar deudas externas e internas sin plan, pues deudores y acreedores debieran saber cuáles son sus límites para acordar. Quien proclama “es mi última oferta”” y luego presenta sucesivas mejoras, perdió.

La pandemia, al transparentar con mayor crudeza desigualdades y arbitrariedades, convierten a la estrategia del “no plan” en inviable, y causa de inmanejables y graves conflictos económicos y sociales. Tener un plan virtuoso, posible y mayoritariamente consensuado que oriente el presente y el mediano plazo pos pandemia, no surge de exigencias externas, sino nacionales. Más aún, cuando el país carece de las calidades institucionales e instrumentos económicos del mundo desarrollado, y aún de países vecinos. Elaborarlo con propuestas concretas integradas en un Plan Nacional es responsabilidad inexcusable del Estado, por poseer la información e instrumentos necesarios. Y recién entonces debatirlo con los históricamente fracasados Concejos económicos-sociales, y otras representaciones sectoriales.  

Diseñarlo implica identificar y reconocer debilidades políticas (las sociales y económicas son harto conocidas), para no reiterar fracasos. Podrían citarse: 1) considerando que nadie renuncia fácilmente a sus privilegios, se destaca una legislación protectora de la corporación política, que permite a procesados y condenados por corrupción desempeñar cargos públicos. Entre otros efectos, explica que en plena pandemia y una crisis económico-social inédita, se prioricen intereses particulares en el marco de acciones político-judiciales para lograr impunidad. 2) evitar oportunistas posicionamientos ideológicos, que solo provocan que quienes se hicieron millonarios a través del Estado, discutan si son de izquierda o de derecha. En la política vernácula las “grietas” son circunstanciales. Moreau, Solanas, Donda y Ricardo Alfonsín, entre otros, con cargos privilegiados bajo el brazo las sortearon con facilidad. 3) el debate debe sustituir el antagonismo oficialismo y oposición, por las opciones transformación o conservadurismo político; honestidad o impunidad. Macri gobernó con minoría parlamentaria en ambas Cámaras, minoría de gobernadores, y una añeja y estable corporación de políticos, gobernadores, legisladores, jueces, sindicalistas, empresarios, y representantes de entidades sectoriales. Aún con un panorama más favorable, si desea cambiar el sistema político, económico y social, Fernández tendrá similares problemas que Macri.

En cuanto a identificar oportunidades, la pandemia ofrece una que lamentablemente no nace de convicciones: el miedo. Las grandes revoluciones (francesa, bolchevique), se produjeron ante la confluencia de dos factores presentes en nuestro país: alta corrupción y población hambrienta. La crisis 2001-2002 generó un clamor generalizado hacia los políticos: que se vayan todos. Pese a lo cual no solo se quedaron casi todos, sino se multiplicaron. Será repetible este fenómeno?

Buenos Aires, 29 de julio 2020