Juegos de mesa políticos

Reconocer la creciente decadencia económico-social que desde hace al menos cinco décadas sufre nuestro país tendría un consenso unánime, sin grietas. Lo confirman cinco hitos históricos previos a la actual crisis: rodrigazo en 1975; golpe militar en 1976; hiperinflación en 1989; crisis 2001-2002, y estancamiento económico 2008-2019. Todas ellos con los mismos síntomas: inflación, valor del dólar, déficit fiscal, deuda, congelamientos de productos y servicios, presión impositiva, corrupción. Curiosamente, sobreviven a este contexto las mismas dirigencias políticas responsables y sus fracasadas estrategias de gobierno, lo que presenta el desafío de no formular opiniones o análisis políticos igualmente repetitivos. Un modo comprensible de intentarlo es a través de los populares juegos de mesa, practicados por todos los sectores sociales y educativos.

Presentan una amplia gama de opciones y complejidades; entre otras, ajedrez, cartas, ruleta, dados, adivinanzas, armado de palabras, carreras, competencias bélicas, simulaciones financieras. Algunos de ellos exigen capacidad, esfuerzo y estrategia (ajedrez), y otros solo suerte (dados), ambas necesarias en la política. Maquiavelo llamaba “virtud” a la capacidad, que es inherente a la persona, y “fortuna” a la suerte, que es ajena a la persona. Al igual que en la política, algunos juegos tienen “comodines”, así llamados porque pueden tener varios usos simultáneos. Las diversas opciones lúdicas deben cumplir el ineludible requisito de tener reglas de juego explícitas conocidas por todos los jugadores, de cumplimiento estricto. Hablar entonces de “juego político” no debiera suponer superficialidad y oportunismo, sino tener marcos de referencia estables y aceptados. Caso contrario, no hay juego.

Los juegos pueden originarse en costumbres populares que el tiempo convierte en normas (políticamente asimilables a leyes fundamentales consolidadas), o ser creados por especialistas cuyos diseños se adaptan a gustos y necesidades de época (que sería el caso de planes de gobierno). Aceptado el uso de esta metáfora lúdica para identificar la causa de nuestra decadencia, y sentados a la mesa los participantes en cualquier juego, sería absurdo comenzar a debatir cómo jugar, o que modificaciones o excepciones realizar a las normas establecidas. Sin embargo, nuestras dirigencias no poseen y/o respetan las normas tradicionales (leyes), ni las que surgen de nuevos diseños de época (planes estables de gobierno). Por el contrario, sus creatividades se destinan a incumplir, discutir, interpretar, amoldar, rechazar, corromper, toda posibilidad de jugar racionalmente bajo reglas aceptadas y compartidas (gobernar). Muestran preferencias por los juegos de cartas cuya esencia consiste en engañar, confundir, mentir, con jugadores que con expresión inmutable cantan “es necesaria la unión de todos”; “vengo a terminar con la grieta”; “quiero una oposición responsable”, mientras sorprenden jugando un “tweet” que contiene agresiones, pensamientos superficiales o pretensiones de perpetuación en el poder.

La utilidad de la simbología de los juegos de mesa como herramienta para entender las causas de la decadencia dirigencial, puede ejemplificarse con dos juegos imaginarios titulados “Shock o gradualismo?” y “Consejos económicos-sociales”. En ambos casos, sentados los jugadores en sus mesas y ante la ausencia de reglas, preguntarán sobre el contexto para decidir entre shock o gradualismo, y en el segundo juego, sobre qué temas y propuestas los integrantes del Consejo deben aconsejar. Vale decir, las normas de juego (en este caso un plan integral de gobierno) son imprescindibles para jugar (en este caso opinar, aconsejar, proponer, acordar). Su ausencia provoca que las invocaciones a la unidad tengan más de autoritario que de objetivos compartidos, y que los Consejos intersectoriales se asemejen a mesas de café entre viejos conocidos que buscan mantener privilegios.

Si se avanza en el tablero analítico, se observará que incluso las disyuntivas son contradictorias: shock y gradualismo no son opciones sino secuencias. El shock (conmoción, sacudida), se refiere a hechos imprevistos normalmente naturales (terremotos, muertes). El gradualismo se aplica a una secuencia temporal planificada, que si fuera eficaz, no derivaría en shock, el que sería inevitable si el gradualismo fracasa. Lo que nos arroja a otro engañosos y viejo debate: si el Estado se defiende con estructuras eficaces, sin privilegios ni corrupción, o coptado por falsos ideólogos succionadores de recursos públicos. Qué afecta más a una sociedad empobrecida: la pérdida de empleo de 1.700 trabajadores porque la línea aérea Latam que brinda un servicio público deja de operar, o que se dejen de pagar 4.500 salarios a quienes sin serlo ni trabajar, lucran bajo el falaz rótulo de “asesores” legislativos? Este es el debate que desde hace décadas la clase política se niega a dar.

Buenos Aires, 14 de octubre 2020

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