Necedad, manipulación y odio

El atentado contra la vicepresidenta Cristina Kirchner, con independencia de que su autor sea un sicario o un perturbado sicológico, un lobo solitario o grupo de fanáticos, merece reflexiones más profundas en cuanto al contexto, porque se inserta en una táctica política en la que hasta las próximas elecciones como mínimo, coexistirán la necedad, la manipulación y la palabra odio.

La necedad se originó con funcionarios, sindicalistas y movimientos sociales, que irresponsablemente promovieron concentraciones multitudinarias permanentes frente al domicilio particular de la vicepresidenta y alrededores, sabiendo que normalmente debía salir y reingresar del mismo al menos una vez al día, atravesar una vereda de tres metros de ancho con simpatizantes a ambos lados, y llegar a un vehículo que debía movilizarse en medio de una barrera humana que ocupaba toda la calzada. El disparate incluyó fuegos artificiales nocturnos, una feria popular no concretada, la llamada batalla de las vallas, y al juez Gallardo dictaminando roles para cada fuerza de seguridad. Producido el hecho, y llegado el momento de definir la profesionalidad estatal de los responsables de las áreas de la seguridad nacional, de la ciudad y custodia personal, la autoprotección política concluyó que todos actuaron correctamente. En simultáneo se inicia la investigación judicial, que experiencias dramáticas anteriores indican más próximas al campo del entretenimiento mediático que a definir culpabilidades: se “separan” a los custodios, se peritan cerebro y teléfono del sospechoso, y los mal llamados servicios de inteligencia “no saben/no contestan”, mientras se dedican a hurgar en las genealogías, prácticas deportivas, fotos sociales y avisos fúnebres que puedan proveer información que afecten a jueces y fiscales que juzgan y/o investigan casos de corrupción estatal-privada. En simultáneo con el inicio del prolongado juego de las hipótesis investigativas, comienza la estrategia de manipulación política intensa para direccionar el debate y la opinión pública, con dos objetivos encubiertos (o visibles?): obviar la situación económico-social, y lograr impunidades judiciales. Lo peligroso es el insumo discursivo de alto riesgo elegido, que ha provocado catástrofes mundiales: el odio.

El mismo día del atentado por la noche, el presidente Fernández por cadena nacional lo adjudicó al “discurso del odio que se ha esparcido desde distintos espacios políticos, judiciales y mediáticos”, y declaró un paro nacional con un acto central partidario en Plazo de Mayo, durante el cual la única oradora leyó un mensaje centrado en el “odio”. De este modo se oficializó una peligrosa manipulación propagandística, pues resulta una obviedad que al ser víctima la vicepresidenta, subliminalmente el “odio” excluía a funcionarios y adherentes al gobierno, pese al desliz del gobernador Kicillof y el sindicalista Palazzo, quienes expresaron que el atentado se produjo por culpa del fiscal Luciani. Desactivar esta táctica desesperada implica fundamentar la falsedad del concepto, y sus efectos nocivos en mentalidades propensas a la irracionalidad o fanatismo. El odio es un sentimiento extremo, sea en situaciones personales o entre poblaciones enfrentadas en guerras, que conlleva venganza. Lo sufrirán muchos ucranianos y rusos por años. Pero desde esferas de poder, el insumo “odio” lo emplean sistemas autocráticos o dictatoriales para dividir y eliminar (de forma práctica y sin odio), oposiciones y libertades de opinión. Esta manipulación discursiva la ejemplificó el estudioso de la propaganda política Jean-Marie Domenach, al señalar que “cuando Goebbels, después de haber predicado un racismo anticristiano, proclama que el pueblo alemán hace la guerra en defensa de la civilización cristiana, demuestra que esta afirmación no tiene para él ninguna realidad concreta; solo es una fórmula oportuna destinada a movilizar nuevas masas”

Nuestro país no afronta guerras, problemas raciales o religiosos que justifiquen odio. Lo que presenta es un sistema político agotado basado en privilegios, que pretende subsistir inmerso en un grave contexto de pobreza y degradación económico-social. No hay odio, sino miedo a perder poder, patrimonios y libertades, y dirigentes corruptos, hipócritas, oportunistas y necios. Lo demuestra la tríada gobernante, que tras cruzar por años duras acusaciones hacia las gestiones de la vicepresidenta, concluyeron asociándose entre sí para alcanzar el poder. Esta realidad se observará en el armado de las próximas listas electorales. Por lo tanto, no existe odio entre quienes parasitan recursos públicos a nivel político, sindical y empresario, pero pretenden inocularlo a la sociedad en su conjunto para manejarla más fácilmente. En este escenario cabe un zamarreo a los opositores de turno: respecto a sus aburridas y recurrentes opiniones mediáticas; no podrían ser más didácticos para desactivar ante la sociedad las falacias y engaños discursivos, y además, proponer transformaciones en la sobredimensionada estructura política?

Buenos Aires, 07 de septiembre 2022