Puntos…a votar

En cada acto electoral viene a la memoria una escena del “Tercer hombre”, un clásico policial del año 1949 desarrollado en la Viena de posguerra con guion del escritor Graham Green, que sirve como adecuada y vigente metáfora para señalar la distancia que existe entre los políticos y los votantes. Harry Lime, interpretado por Orson Wells, ofrece a su amigo de la infancia Martins, desocupado en Estados Unidos, que trabaje con él en Viena. A su arribo Martins es informado que Lime acababa de morir atropellado por un auto, y se dirige presuroso a su entierro. Policías presentes en la ceremonia lo interrogan respecto a su relación con Lime, y le informan que traficaba en el mercado negro penicilina adulterada, causando centenares de muertes, en especial niños. Días más tarde Martins descubre que Lime había simulado su muerte para evitar ser detenido, y consigue contactarlo para reunirse con él en el Prater, el parque de atracciones más viejo del mundo. Para conversar a solas suben a una de las  cabinas de la famosa rueda giratoria Noria Grande, y al reprocharle Martins las víctimas inocentes de su negocio, Lime, a 70 metros de altura de quienes circulaban por el parque, le responde: Víctimas? Mira ahí abajo; de verdad sentirías pena si un punto de esos dejara de moverse para siempre?  

A diferencia de la filmografía clásica, que se goza como espectadores, en la cabina de nuestra realidad política igualmente clásica desde hace décadas, permanecen los mismos personajes políticos, mientras los ciudadanos anónimos que se mueven cual puntos sobre el terreno, se reproducen en cantidad y pobreza. Cabe preguntarse cuánto tiempo más los “puntos” aceptarán repetir esta escena hasta el hartazgo, cuando quienes ejercen la dirección de esta inacabada película argentina, presentan una atomizada estructura política carente de formación profesional, y sin un plan que a manera de libreto indique a millones de ciudadanos como actuar coordinadamente. Esta anomalía quedó expuesta en el proceso electoral, que ratificó un principio publicitario que indica que no se puede asegurar por mucho tiempo el éxito de un mal producto, por lo que el marketing político abundó en frivolidades, infantilismos y sobreactuaciones. En defensa de los asesores y publicitarios de campaña, no es fácil entusiasmar cuando no existen soportes de identidad (partido), imagen (candidatos) y mensaje (ideas). La identidad está diluida en coaliciones que fluctúan en cada turno electoral, las imágenes muestran a viejos políticos o a sus apadrinados incluidos en listas sábana, y las ideas se redujeron a repetir acciones que concluyeron en fracasos estruendosos.

Tras esta mediocridad, expertos extranjeros en campañas electorales como el catalán Gutiérrez Rubí, para ordenar lo gráfico y discursivo, deslumbra explicando la valoración positiva del “sí” en relación al “no”. Pero sin soportes conceptuales sólidos, el resultado es una insustancialidad que ejemplifica el presidente en un párrafo de su discurso en la Cámara de la Construcción, cuando expresa “a escuchar y gobernar yo le digo que sí; y le digo que no a la idea de encerrarnos, a la idea de creer que debemos gobernar sin escuchar al otro…”. Vale decir, opiniones que no se practican, sin concreciones. Sin embargo, de la mediocridad política y comunicacional, pueden extraerse dos elementos a considerar a partir del 15 de noviembre. El primero surgido durante la pandemia, es la burbuja, consistente en encierros delimitados como protección social sanitaria. Durante la campaña se potenció algo habitual entre castas, que es priorizar comunicacionalmente polémicas entre burbujas integradas por políticos, en la que los ciudadanos son meros espectadores, antes que la relación entre candidato-ciudadano para comprometer propuestas. Las burbujas más conocidas son “ahh…pero Macri” y “ahh…pero Cristina”, a las que se suman otras burbujas integradas por funcionarios y políticos privilegiados que opinan y acusan sin asumir responsabilidades.

El segundo elemento se transparenta en los actos electorales, al observar a quienes se encuentran en palcos y escenarios. Salvo en lo dialéctico, al amparo de recursos estatales otorgados discrecionalmente se congregan derechas, izquierdas, neoliberales, populistas, peronistas, kirchneristas y radicales. Lo que los unifica ideológicamente es el conservadurismo, tanto del poder como de sus privilegios. No es casual entonces que apelen a viejas políticas de congelamientos; utilicen impuestos para auto promocionarse en lugar de aplicarlos a educación, salud y seguridad; se resistan  a cambiar la estructura del Estado y las leyes laborales; defiendan la impunidad y tiendan a aislarse del mundo. O que intendentes del sufrido conurbano vivan en Puerto Madero. Piensan como conservadores: si en el poder vivimos bien, para qué cambiar?

Con estos antecedentes, en lugar de plantear recurrentemente “grandes acuerdos”, el primer paso es definir los temas y propuestas, y quiénes lo suscribirán. Lo evidente en lo inmediato, es que en la versión argentina del célebre policial del 49, a partir del lunes 15 “los puntos” deberán estar alertas.

Buenos Aires, 10 de noviembre 2021