Fernández, arquetipo político criollo

En esta primera reflexión política del 2022, cabe detenerse en un claro arquetipo de quienes gobiernan al país desde hace más de tres décadas: el presidente. Detectar sus características permitirá tener una visión razonablemente aproximada de los actuales y próximos cursos de acción del gobierno, no así de sus consecuencias finales.

Arquetipo es un término de origen griego que establece determinados patrones, que en el campo político democrático identifica personalidades, actitudes y creencias de quienes pretenden posicionarse como líderes y/o conductores de sociedades a través del discurso, persuasión y acción. En tal sentido el presidente transparenta la ausencia de estos atributos por carecer de estructura partidaria y votos propios, por haber obtenido la presidencia ungido por decisión exclusiva de la vicepresidenta. Por el contrario, su arquetipo conjuga verborragias, contradicciones e insustancialidades conceptuales, que en gran parte no difieren de quienes actúan en ámbitos de poder desde hace décadas, tal como recientemente se ratificó en las habituales urgencias parlamentarias de fin de año, que expusieron las enormes distancias existentes entre las distendidas opiniones formuladas en ámbitos periodísticos, con las acciones concretadas al momento de votar leyes o adoptar decisiones de gobierno. Por ello antes que solazarse en la crítica fácil e irónica, el arquetipo Fernández debiera servir para detectar y neutralizar falacias comunicacionales, que cual ritos la vieja política mantiene inmutables. Y preguntarnos cómo es posible que las mismas dirigencias continúen subsistiendo con los mismos engaños.  Al respecto Fernández brinda una pista.

Ante la confrontación de sus declaraciones actuales con las vertidas anteriormente respecto a hechos que mantienen los mismos contextos y actores, suele criticársele sus “cambios de opinión”. Pero cambiarla en ámbitos de debate en los que prima un raciocinio coherente y fundado, es aceptable. No así cuando “se carece de opinión”, la que es emitida en función de oportunismos y/o presiones de coyuntura. Detectada esta última opción, los análisis para interpretar los hechos políticos cambian sustancialmente, como así las conclusiones. Por ejemplo, los referidos a las negociaciones con el FMI, las operaciones de espionaje (mal llamadas de inteligencia), o el armado de gravosas e ineficaces cortes (perdón, administraciones públicas), destinadas solo a mantener privilegios de clanes familiares políticos, con noviazgos incluidos. Todo ello bajo el engañoso ropaje discursivo cuasi sacerdotal, de defender a los más necesitados.

Por otra parte el presidente, se ignora si por convicción o autoprotección, blanqueó otra característica de las castas políticas beneficiarias de la mediocridad y ocultamientos, al afirmar descreer de las planificaciones y de la meritocracia, lo que preanuncia el oscuro destino que aguarda al “querido pueblo argentino”, con o sin acuerdo con el FMI. Gobernar, intrínsecamente implica hacerlo en una dirección determinada, en base a estrategias cronológicas interrelacionadas, con evaluaciones y ajustes secuenciales que no cambien el objetivo final, sino permita alcanzarlo en plazos cercanos a lo previsto. A la incapacidad de nuestra clase política conservadora de privilegios de encarar una creatividad disruptiva que nos provea de un horizonte, se agrega una inédita anomalía institucional en la cúpula del poder que ya describiera Maquiavelo en “El príncipe”, cuando se refería a los modos de acceder a los principados: “Cuando uno alcanza el poder por gracia de quien lo cede, lo consigue con poca fatiga, pero todas las dificultades surgen una vez instalado”.

Maquiavelo formuló esta advertencia cuando en las pujas palaciegas de entonces el pueblo era un mero observador. Lo sorprendente es que quinientos años más tarde y tras las recientes elecciones, en nuestro país las acciones legislativas y ejecutivas recientes, que incluyen traspasos entre principados oficialistas y opositores, parecieran someter al ciudadano  al mismo rol pasivo de antaño.

Buenos Aires, 26 de enero 2022