Consensos dañinos

Gran parte de las dirigencias públicas y corporativas responsables de la decadencia argentina, para ser categorizadas como “castas”, caudillismos u oligarquías políticas, cumplen con tres de sus requisitos: perdurabilidad en cargos políticos privilegiados, abuso de nepotismo y prácticas de gobierno conservadoras carentes de creatividad. En pos de subsistir, es lógico que jamás intenten mejorar las políticas que las sostienen, sean electorales, económicas y penales, salvo que sean forzadas por sucesos incontrolables. Por ello el primer paso analítico será detectar y neutralizar las dialécticas falaces repetidas desde hace décadas que intentarán mantener hasta la elección presidencial del 2023, pese a la crisis socio-económica extrema.

Se puede comenzar por dos mensajes icónicos y aparentemente virtuosos a los que se apela en épocas de crisis o de rearmados preelectorales: “consenso”, y “debemos juntarnos para definir qué país queremos”. Son pronunciadas con expresión sagaz, por quienes desde diversos espacios políticos integran los elencos estables que participan en distintas tribunas mediáticas de opinión. Pero las frases son engañosas, o bien poseen una superficialidad no acorde con las urgencias económico-sociales del país. “Consenso” por sí mismo no implica una virtud, si no se acompaña de objetivos concretos y explícitos tendientes al desarrollo y bien común, y no como hasta el momento, acordar privilegios e impunidades judiciales. En cuanto a la frase “debemos juntarnos para definir qué país queremos”, su insustancialidad se revela con solo preguntarnos a qué se dedicaron en las últimas décadas quienes ocuparon diversos cargos ejecutivos y legislativos, con la responsabilidad de elaborar y ejecutar planes nacionales coherentes que definan un rumbo de país. Por ello sorprende la repercusión mediática que tienen estas frases insustanciales, y quienes las pronuncian.

Cabe sospechar entonces que la priorización de discursos que apelan a recuerdos selectivos, simbologías y grandilocuencias, en donde los planes de gobierno se reemplazan con promesas electorales incumplidas, como salariazos, derrota de la inflación o jubilaciones justas y dignas, sumados a actos de gobierno asentados en acciones coyunturales y espasmódicas en reemplazo de programas nacionales coherentes, es una estrategia característica de las “castas” para que nada cambie. En paralelo, existen innumerables “consensos” de tipo electoral asiduamente practicados desde la crisis 2001-2002, consistentes en acuerdos de cúpulas que posibilitan que políticos estables roten entre distintas agrupaciones y/o coaliciones cual jugadores de fútbol entre distintos clubes, para mantener sus privilegios y financiar sus carreras políticas. Recientemente Rodríguez Larreta lo enmarcó numéricamente al plantear que el próximo gobierno necesitará una base de consenso del 75%. Cabe suponer que no se refiere a un porcentaje ciudadano emergente de un resultado electoral, imposible de lograr, sino a un acuerdo entre cúpulas políticas, en la que los acuerdistas facturando privilegios aporten un supuesto caudal electoral “propio”. Esta estrategia de juntar rancios apellidos políticos solo para ganar, carentes de programas de gobierno explícitos avalados por corporaciones empresarias y sindicales muchas de las cuales conforman también castas, explican el creciente subdesarrollo y pobreza. El engaño más reciente y nunca antes tan visible, es el “consenso” de cúpulas encabezado por Cristina Kirchner, Alberto Fernández y Sergio Massa. Estas asociaciones de oportunidad se replican de igual modo en las provincias, con enemigos íntimos que acuerdan, o acuerdistas que se transforman en enemigos íntimos gobernando.

Pero estos “consensos” entre circunstanciales oficialistas y opositores tienen una consecuencia grave y creciente, que impide formular planes de desarrollo razonables de mediano plazo: una estructura burocrática elitista, desmesurada, gravosa e ineficaz, diseñada solo para actuar como moneda de cambio en los consensos entre viejas y rejuvenecidas castas, cuya ecuación es un consenso igual a un cargo político (en algunos casos con familiares incluidos). Por lo que la crisis económico-social se mantendrá si no se comienza por resolver los dos aspectos troncales que definen la calidad de un sistema de gobierno: el humano (calidad de funcionarios y representantes políticos), y el estructural (administración pública). Para soslayar esta transformación, se instaló una nueva falacia tras el acuerdo con el FMI: “no habrá ajuste en el Estado”. Como el Estado es una abstracción, lo que las castas nos están diciendo es que no se modificará la base de consensos: una ineficaz e insostenible administración pública, en todas sus variantes.  

Buenos Aires, 06 de abril 2022